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Mi madre y yo estamos dentro del coche, junto al aparcamiento del instituto, viendo cómo los autobuses llegan y descargan, desparramando por la acera estudiantes que se apresuran a franquear las puertas. El proceso completo parece la línea de producción de una fábrica —una planta de embotellado al revés—. Le he contado lo que me dijo Jun-myeon y le he pedido ayuda para elaborar la mezcla de hierbas. Ha aceptado hacerla. Me doy cuenta de que se le empiezan a notar un poco los años. Tiene oscuros círculos rosados bajo los ojos y el pelo sin lustre. Normalmente le brilla como un recipiente de cobre.

—¿Estás bien, mamá?

Ella sonríe y me mira.

—Claro que sí, cariño. Solo preocupada por ti, como siempre. Y por Tybalt. Me despertó anoche cuando saltaba hacia la trampilla del ático.

—Mierda, lo siento —digo yo—. Olvidé subir y colocar las trampas.

—No te preocupes. Escuché algo que se movía allí arriba la semana pasada, y parecía mucho más grande que una rata. ¿Los mapaches pueden meterse en los áticos?

—Tal vez sea solo un grupo de ratas —sugiero, y ella se estremece—. Sería mejor que llamaras a alguien para que lo compruebe.

Suspira y tamborilea con los dedos sobre el volante.

—Ya lo he hecho. Y ha colocado unas cuantas trampas—se encoge de hombros.

—¿Cuándo?

—Hace unos días.

Ni me había enterado. No la he ayudado mucho en esta mudanza —ni con la casa, ni con nada—. Apenas la he visto tampoco. Miro hacia el asiento trasero y veo una caja de cartón llena de velas encantadas de varios colores, listas para venderlas en una librería local. Normalmente, habría sido yo quien las habría cargado, además de haber atado los carteles adecuados con kilómetros de cintas de colores.

— Jun-myeon dice que has hecho algunos amigos —comenta, mirando hacia la multitud de estudiantes como si pudiera distinguirlos. Debería haber sabido que Jun-myeon se iría de la lengua. Es como un padre suplente. No exactamente un padrastro, sino más bien un padrino o un caballito de mar que quisiera protegerme dentro de su bolsa.

—Solo Yoongi y Hoseok —digo—. Ya los has conocido.

—Hoseok es un chico precioso —dice esperanzada.

—Yoongi parece pensar lo mismo.

Ella suspira y luego sonríe.

—Bueno. Aunque no le vendría mal un toque femenino.

—Mamá —gruño—. Qué dices.

—No ese tipo de toque —se ríe—. Me refiero a que necesita que alguien le dé un buen lavado y lo obligue a andar derecho. Ese muchacho es una arruga con patas. Y huele como la pipa de un viejo —rebusca algo en el asiento trasero durante un segundo y su mano reaparece llena de sobres.

—Me estaba preguntado qué sucedía con mi correo —digo, repasándolos. Ya están abiertos. No me importa. Son solo pistas de fantasmas, nada personal. En medio del montón hay una carta grande de Daisy Bristol—. Ha escrito Daisy —comento—. ¿La has leído?

—Solo quiere saber cómo te van las cosas. Y contarte todo lo que le ha sucedido en el último mes. Quiere que vayas a Nueva Orleans para acabar con el espíritu de una bruja que anda merodeando alrededor de un árbol. Supuestamente, solía hacer sacrificios allí. No me ha gustado el modo en que habla de ella.

Sonrío.

—No todas las brujas son buenas, mamá.

—Lo sé. Siento haber leído tu correspondencia. De todas maneras, estabas demasiado concentrado para prestarle atención; la mayoría de las cartas llevaban bastante tiempo en la mesita del correo. Quería ocuparme de ello por ti. Asegurarme de que no estabas pasando por alto nada importante.

Jimin vestido de sangre [kookmin] (CORRIGIENDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora