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—Oye. Oye, tío, ¿te estás despertando?

Conozco esa voz. No me gusta esa voz. Abro los ojos y ahí está su cara, inclinada sobre mí.

—Nos has tenido preocupados. Tal vez no deberíamos haberte dejado dormir tanto tiempo. Y probablemente deberíamos haberte llevado al hospital, pero no se nos ocurría ninguna explicación.

—Estoy bien, Yoongi —levanto las manos y me restriego los ojos, luego reúno todas mis fuerzas y me siento, descubriendo que mi mundo está a punto de empezar a dar vueltas con suficiente intensidad como para hacerme vomitar. De algún modo, consigo girar las piernas y reposar los pies en el suelo—. ¿Qué ha pasado?

—Dímelo tú —Yoongi enciende un cigarrillo. No me importaría que lo apagara. Debajo de su pelo revuelto y sus gafas, parece un niño de doce años que ha birlado un paquete de tabaco del bolso de su madre—. ¿Qué estabas haciendo en la casa de los Park?

—¿Y qué hacías tú siguiéndome? —respondo yo, aceptando el vaso de agua que me ofrece.

—Lo que te dije que haría —replica—. Solo que nunca imaginé que necesitarías tanta ayuda.

Nadie entra en esa jodida casa —sus ojos azules me miran como si fuera una especie de novato idiota.

—Bueno, no es que entrara y me cayera.

—Eso pensaba yo. Aunque no puedo creer que te tiraran dentro de la casa y trataran de matarte.

Miro a mi alrededor. No tengo ni idea de qué hora es, pero el sol ha salido ya y estoy en una especie de anticuario, en un sofá próximo a la parte trasera. La tienda está abarrotada, pero de cosas bonitas, no las pilas de trastos viejos que se encuentran en lugares más sórdidos. Aun así, huele como los ancianos.

Estoy sentado en un viejo sofá polvoriento en la parte trasera de la tienda sobre una almohada cubierta con mi sangre seca. Al menos espero que sea mi sangre. Confío en no haber estado durmiendo sobre un harapo infectado con la hepatitis de otra persona.

Miro a Yoongi. Parece un loco. Odia al ejército troyano, ya que sin duda se han estado metiendo con él desde la guardería. Un chaval delgaducho y raro como él, alguien que asegura ser telépata y que frecuenta polvorientas tiendas de antigüedades, sería probablemente el objetivo favorito de sus bromas e inocentadas. Pero son bromistas inofensivos. No creo que trataran realmente de matarme.

Simplemente no se tomaron en serio a Jimin. No se creyeron sus historias y ahora uno de ellos está muerto.

—Mierda —digo en alto. Es imposible saber qué le sucederá ahora a Jimin. Kim Namjoon no es uno de sus habituales huéspedes de paso o fugitivos, sino uno de los deportistas de la escuela, un chico habitual en las fiestas, y Jaebum lo vio todo. Solo espero que no estuviera tan asustado como para acudir a la policía.

No es que los polis puedan detener a Jimin. Además, si entraran en esa casa, solo habría más muertos. Aunque, tal vez ni siquiera se les apareciera. Y sobre todo, Jimin es mío. Mi mente evoca su imagen durante un segundo, amenazante, pálido y goteando sangre, pero mi dolorido cerebro no puede soportarlo.

Miro a Yoongi, que sigue fumando con nerviosismo.

—Gracias por sacarme de allí —digo, y él asiente con la cabeza.

—No quería hacerlo —me explica—. Quiero decir que quería hacerlo, pero ver a Namjoon allí tirado en un montón de vísceras no me animaba exactamente a ello —le da una calada al cigarrillo—. Por Dios. No puedo creer que esté muerto. No puedo creer que él lo haya matado.

Jimin vestido de sangre [kookmin] (CORRIGIENDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora