Las imágenes que veo delante de mí parecen secuencias de un noticiero con el sonido apagado. Las luces de los coches patrulla lanzan destellos giratorios en blanco y rojo, pero no se escuchan sirenas.
Los policías deambulan con monótonas chaquetas negras, las barbillas hundidas y expresión sombría.
Tratan de parecer tranquilos, como si esto sucediera todos los días, pero algunos parecen estar deseando esconderse entre los arbustos para vomitar los donuts del desayuno. Unos pocos utilizan sus cuerpos para impedir que las entrometidas cámaras tomen imágenes. Y en algún lugar en medio de todo esto hay un cuerpo, despedazado.
Me gustaría poder acercarme más; ojalá tuviera un pase de prensa en la guantera o dinero con el que meterme a unos cuantos polis en el bolsillo. Pero tengo que quedarme junto a la multitud de periodistas, detrás de la cinta amarilla.
No quiero pensar que lo haya hecho Jimin. Eso significaría que la muerte de ese hombre ha sido culpa mía. No quiero pensar eso porque significaría que no tiene cura, que no hay redención.
Mientras la multitud mira, la policía abandona el parque con una camilla. Sobre ella hay una bolsa negra que debería tener forma de cuerpo humano, pero parece llena de material de hockey. Me imagino que lo habrán metido todo revuelto, lo mejor que hayan podido. Cuando la camilla golpea el bordillo, los restos se mueven y vemos, a través de la bolsa, que uno de los miembros cae, claramente separado del resto. La multitud emite un sonido amortiguado de disgusto e inquietud. Me abro paso a codazos entre la gente en dirección a mi coche.
* * *
Entro en el camino de acceso de la casa de Jimin y aparco. Se sorprende al verme. Me he marchado hace menos de una hora. Cuando mis pies aplastan la grava no sé si el sonido que escucho procede de la tierra o de mis dientes al rechinar. La expresión de Jimin cambia de agradablemente sorprendida a preocupada.
—¿Jeongguk? ¿Qué sucede?
—Dímelo tú —me sorprendo al descubrir lo cabreado que estoy—. ¿Dónde estuviste anoche?
—¿De qué estás hablando?
Necesita convencerme. Tiene que ser muy convincente.
—Solo dime dónde estuviste. ¿Qué hiciste?
—Nada —dice él—. Me quedé cerca de la casa. Puse a prueba mi fuerza y... —se calla.
—¿Qué, Jimin? —exijo.
Su expresión se endurece.
—Me escondí en mi habitación un rato. Después de darme cuenta de que los espíritus seguían aquí. Sus ojos muestran resentimiento. Tiene esa mirada de ahí lo tienes, ¿estás contento?
—¿Estás seguro de que no saliste de aquí? ¿No intentaste explorar Thunder Bay de nuevo, o tal vez ir al parque y, no sé, desmembrar a un pobre corredor?
La expresión sorprendida de su rostro provoca que el enfado se desplome hasta mis pies. Abro la boca para tratar de enmendar mis palabras pero, ¿cómo le explico por qué estoy enfadado? ¿Cómo le explico que necesita darme una coartada mejor?
—No puedo creer que me estés acusando.
—Y yo no puedo creer que tú no te lo puedas creer —replico. No entiendo por qué me muestro tan combativo—. Vamos. En esta ciudad no se encuentra gente masacrada a diario. Y justo la noche después de liberar al fantasma asesino más poderoso del hemisferio occidental, ¿aparece alguien a quien le faltan los brazos y las piernas? Es una maldita coincidencia, ¿no crees?
—Pero es una coincidencia —insiste. Sus delicadas manos se han cerrado en apretados puños.
—¿Es que no recuerdas todo lo que ha sucedido? —gesticulo como un loco hacia la casa—.Despedazar cuerpos es como tu modus operandi.
—¿Qué significa modus operandi? —pregunta.
Sacudo la cabeza.
—¿Es que no pillas lo que esto significa? ¿No comprendes lo que tendré que hacer si sigues matando?
Como él no responde, mi lengua enloquecida sigue adelante.
—Significa que tendré que enfrentarme a un final como el de la película Fiel amigo —suelto de golpe. En el instante en que digo estas palabras, me arrepiento de haberlo hecho. Ha sido estúpido y mezquino, y él capta la indirecta. Por supuesto que la capta. Fiel amigo se filmó alrededor de 1957 y probablemente la vio cuando se estrenó en los cines y sepa que el protagonista tiene que matar a su fiel amigo el perro cuando enferma de rabia. Me mira con expresión dolida y ofendida; no sé si alguna otra mirada me ha hecho sentir peor. Aun así, me siento incapaz de articular una disculpa. La idea de que probablemente sea un asesino le impide salir.
—Yo no lo hice. ¿Cómo puedes pensar eso? ¡Ni siquiera puedo soportar lo que ya he hecho!
Ninguno de los dos dice nada más. Tampoco nos movemos. Jimin está enfadado y trata con todas sus fuerzas de retener las lágrimas. Cuando nos miramos, algo en mi interior trata de ubicarse, de encontrar su lugar. Lo siento en mi mente y en mi pecho, como una pieza de rompecabezas que sabes que tiene que encajar en algún sitio mientras tratas de colocarla en diferentes posiciones. Y luego, como si nada, lo encuentra. De manera tan perfecta y absoluta que no puedes imaginar cómo era cuando no estaba ahí, aunque fuera solo unos segundos atrás.
—Lo siento —me oigo susurrar—. Es que... no sé lo que está pasando.
Los ojos de Jimin se dulcifican y las lágrimas testarudas empiezan a desvanecerse. La postura de su cuerpo, el modo en que respira, me indica que quiere acercarse a mí. Una nueva sensación invade el aire entre nosotros, pero ninguno de los dos quiere respirarla. No puedo creerlo. Nunca he sido ese tipo de persona.
—Tú me has salvado, ¿lo sabes? —dice Jimin por fin—. Tú me liberaste. Pero que no esté preso, no significa... que pueda conseguir las cosas que... —se detiene. Quiere decir algo más. Lo sé. Pero igual que sé que quiere, sé que no lo hará.
Noto que se obliga a mantenerse alejado. La calma lo cubre como una manta que tapa la melancolía y silencia cualquier deseo de algo diferente. En mi garganta se acumulan mil argumentos, pero los retengo con los dientes.
No somos unos niños, ninguno de los dos. No creemos en los cuentos de hadas. Y, si creyéramos en ellos, ¿quién seríamos? El príncipe encantador y la Bella Durmiente por supuesto que no. Yo corto las cabezas de mis víctimas y Jimin estira la piel de las suyas hasta que se rasga y parte huesos como ramas verdes en pedazos cada vez más pequeños. Seríamos el dragón fuera de control y el hada malvada. Lo sé. Pero, aun así, tengo que decírselo.
—No es justo.
La boca de Jimin se contrae en una sonrisa. Debería ser amarga —debería ser despectiva—, pero no lo es.
—Sabes lo que eres, ¿verdad? —pregunta—. Eres mi salvación. Mi camino hacia la expiación. Para pagar por todo lo que he hecho.
Cuando me doy cuenta de lo que quiere, siento como si alguien me hubiera dado una patada en el pecho. No me sorprende que se muestre reacio a salir por ahí y caminar entre tulipanes, pero nunca imaginé, después de todo esto, que quisiera desaparecer.
—Jimin —digo—. No me pidas que haga eso.
Él no responde.
—¿Para qué sirvió todo? ¿Para qué he luchado? ¿Para qué hicimos el conjuro? Si ibas simplemente a...
—Márchate y recupera tu cuchillo —responde y se desvanece en el aire delante de mí, de regreso a ese otro mundo donde no puedo seguirlo.
Este capítulo es más corto nsdnsdn, cualquier error me avisan unu
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Jimin vestido de sangre [kookmin] (CORRIGIENDO)
Fanfiction"Esta ciudad huele a humo y a cosas que se pudren en verano. Está más encantada de lo que imaginé. Ahí fuera, en algún lugar, esta lo que vine a buscar, un fantasma con fuerza suficiente para arrebatar el aliento de la garganta de los vivos. Pienso...