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—¿Qué hacemos?

Es lo que Yoongi no deja de preguntar. Hoseok ha llamado dos veces, pero sigo sin contestar.

¿Qué hacemos? No tengo ni idea. Simplemente permanezco sentado con tranquilidad en el asiento del copiloto mientras conduce sin rumbo fijo. Esto debe de ser algo parecido a la catatonia. No hay pensamientos de pánico surcando mi mente. No estoy haciendo planes, ni evaluando la situación.

Solo repito unas palabras de forma rítmica y suave. Está aquí. Está aquí.

Uno de mis oídos reconoce la voz de Yoongi. Está hablando con alguien por teléfono, explicándole lo que hemos encontrado. Debe de ser Hoseok. Tal vez desistió de llamarme a mí y lo intentó con él, sabiendo que recibiría una respuesta.

—No sé —dice Yoongi—. Creo que está flipando. Quizá lo hayamos perdido.

Mi cara se contorsiona como si quisiera reaccionar y asumir el reto, pero la noto insensible, igual que cuando el dentista te inyecta anestesia. Los pensamientos gotean lentamente en mi cerebro. Youngjae y Jaebum están muertos. La cosa que se comió a mi padre. Yoongi está conduciendo hacia ninguna parte.

Ninguno de los pensamientos se mezcla con los demás. Ninguno tiene mucho sentido. Pero al menos, no estoy asustado. Luego el grifo gotea más deprisa y Yoongi grita mi nombre y me golpea el brazo, devolviendo el agua a su sitio.

—Llévame a casa de Jimin —digo, y él se muestra aliviado. Al menos he hablado. Al menos he tomado algún tipo de decisión y he dado alguna orden.

—Vamos a hacerlo —oigo que dice al teléfono—. Sí. Ahora vamos para allá. Reúnete con nosotros en la casa. ¡No entres si no hemos llegado!

Lo ha entendido mal. ¿Cómo puedo explicárselo? Él no sabe cómo murió mi padre. No sabe lo que esto significa: que finalmente ha dado conmigo. Se las ha apañado para encontrarme, ahora, cuando estoy prácticamente indefenso. Y ni siquiera sabía que me estuviera buscando. Casi podría

sonreír. El destino me está gastando una broma.

Los kilómetros se suceden de manera borrosa. Yoongi parlotea frases alentadoras. Entra en el camino de acceso de la casa de Jimin y sale del coche. Mi puerta se abre unos segundos después y Yoongi me saca agarrándome por el brazo.

—Vamos, Jeongguk dice. Lo miro con gravedad—. ¿Estás preparado? —pregunta—. ¿Qué vas a hacer?

No sé qué responder. El estado de conmoción está perdiendo su encanto. Quiero recuperar mi cerebro. ¿Es que no puede simplemente sacudirse como un perro y volver a funcionar?

Nuestros pies hacen crujir la grava fría. Mi aliento se torna visible al formar una pequeña nube brillante. A mi derecha, las pequeñas nubes de Yoongi aparecen más rápidamente, en pequeños resoplidos nerviosos.

—¿Estás bien? —me pregunta—. Tío, nunca había visto nada igual. No puedo creer que él... Aquello era... —se detiene y dobla el cuerpo. Está recordando y como lo haga con demasiada intensidad, o demasiada precisión, puede que vomite. Alargo el brazo para sujetarlo.

—Tal vez deberíamos esperar a Hoseok —dice, y tira de mí para retroceder.

La puerta de la casa se ha abierto. Jimin sale hacia el porche, lentamente, como un gamo. Miro su outfit primaveral. No hace ningún movimiento para protegerse del frío, aunque el viento debe de estar atravesándolo como afiladas planchas de hielo. Sus hombros desnudos y muertos no pueden sentirlo.

—¿Lo tienes? —pregunta Jimin—. ¿Lo has encontrado?

—¿Si tienes el qué? —susurra Yoongi—. ¿De qué está hablando?

Jimin vestido de sangre [kookmin] (CORRIGIENDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora