Ecos del pasado

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El ser marroquí, musulmán, defensor de las tradiciones árabes, el haber crecido en una de las sociedades más antiguas y conservadoras del planeta, me han convertido en un posesivo y un absoluto patriarca. Pero considero que antes de cómo todo occidental juzgarme, por mis actos y por lo que acabo de decir considero que debes entender el porqué. Creo que debes conocer los hechos que me llevaron a este punto.

Mis padres murieron, nos tuvieron viejos, mi padre murió primero una tarde luego de venir de la mezquita le dio un infarto en la calle de la Medina. Seguro no lo sabían pero los musulmanes no podemos ni cremar ni enterrar en tumbas a nuestros fallecidos, tenemos un ritual para eso se llama al-Ghusul consiste en bañar, perfumar y vestir de tela blanca al muerto, trasladarlo en un ataúd sin tapa hasta el cementerio una vez allí colocarlo en el hueco de tierra, sin más.

En el Corán recomiendan que lo enterremos en la ciudad en la que falleció, pero no hicimos eso, mi padre era un hombre muy religioso y conservador, pidió que lo enterraran lo más cerca de la Meca, viajamos tres días hasta el otro lado del país. Llegamos a un amplio y caluroso desierto, nos bajamos del camión, con unas palas y unos turbantes de los Emiratos Árabes que mi padre nos había regalado unos meses antes.

Cavamos un hueco un poco profundo, no fue mucho por las ráfagas del viento, luego les dijimos a los hombres que manejaban el camión que llamaran a mi madre, ella estaba aterrada, ahogada en sus propios mocos abrazando el cuerpo de mi padre, besándolo, a pesar del hedor. Mohamed lo tomo de la cabeza y yo de los pies y lo tiramos, mi madre se arrodillo lo cubrió de tierra, se quito el velo cantando Maktub en árabe.

El ver a mi madre llorando, cantando en árabe, con su larga melena merced del viento y del dolor de no volver su amor, me cambió profundamente para toda mi vida. El verla tan vulnerable, tan femenina, tan indefensa, tan herida, me caer en cuenta de que las mujeres son como la porcelana china, delicadas, detalladas, misteriosas, frágiles, fuertes resistente a cosas tan inclemente como el tiempo.

Cosas tan recubiertas de belleza deben ser cuidadas con el mismo esmero con el que el artesano chino pinta la porcelana. Ese fue el principio de mi posesividad.

Los años que siguieron fueron terribles, mi madre literalmente había perdido la luz que Allah había puesto en su corazón, sus tres hijos parecían haber dejado de existir, guardo sus joyas y sus velos en un baúl y se los entrego a Nazira, empezó a vestir con un niqab negro, siempre, no se lo quitaba ni en casa, en el funeral de mi padre fue la última vez que le vi el cabello. Un día por asares del destino Mohamed venia de comprar incienso en el mercado, ella se desmayo camino a la sala, llamamos a un médico, el mismo no supo darnos respuesta y dijo que era urgente que la lleváramos a un hospital. Eso hicimos, luego de preocupaciones, en exageradas tazas de té y de suplicas a el profeta dieron el resultado

Cáncer de cuello uterino IVB, se esparció hacia los riñones, la vejiga estaba contaminada junto al recto.

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Tenía doce, Mohamed catorce y Nazira veinte

¿Qué iba a ser de nosotros?

Sin nuestra madre.

No había cura.

Ella no quería curarse, quería morir.

Se rehusó vehemente a que le retiraran las trompas de Falopio, gritaba que había perdido a mi padre y que no permitiría que le quitaran su feminidad.

Para mi madre lo más preciado que tenía una mujer era su virginidad y sus órganos sexuales. Mi madre nunca fue más allá, nunca valoro la inteligencia, el ímpetu, la constancia ni la determinación en una mujer irónicamente ella siendo una. Y se encargo de inculcar en sus tres hijos el valor de la castidad y la malicia.

Mas allá de la opresión del velo-(Jade y Said) (Corrigiendo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora