Crónicas de Arzo [Un Reino Secreto]

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En la casa el ambiente se mantenía imperturbable, La tensión junto con el miedo eran esos visitantes recurrentes que tocaban la puerta de Imed todos los días, Quizás en un pasado sus visitas eran esporádicas pero actualmente no había un día sin que pasaran y saludaran a todos los ahí presentes.

Imed se mantenía en movimiento, calculando cuantos viajes debía realizar para regresar cada cosa a su lugar; Fustán seguían en el comedor, mantenía sus ojos bailando por la habitación, siguiendo Imed mientras viajaba de un lado al otro. Todo volvió a su sitio e Imed se detuvo frente a sus ojos que aún no volvían al mismo espacio que èl.

—Regresa ya Holgazán, podrías siquiera recoger el mantel de la mesa. Dijo Imed frente a su hermano torciendo los ojos y con la ceja derecha levantada.

Fustán observo a su hermana de pies a cabeza, noto su postura y esa insoportable ceja que se alzaba cada vez que demandaba algo. —Ay querida, estas tan dañada. — Dijo Fustàn que seguía sentado y rascaba su barba mientras se dirigía a su hermana.

—¿Cómo que dañada?. — Pregunto Imed al instante, impresionada por aquella observación; estiraba el delantal de su vestido como buscando aquella arruga que impedía que su hermano notase la perfección en ella.

—Pues sí, debió ser hereditario o algo parecido ¿te parecerás a nuestra madre?. —

—¿A nuestra qué?— Soltó Imed en una queja. —Espero nadie pueda parecerse a ella; es asqueroso pensar que crecimos con ratas gracias a ella. Además, nadie aquí tiene más daños que tú con ese rostro asqueroso y lleno de marcas, a tu lado soy más que perfecta. —

—Perfumes florales embriagan mi casa, bellos vestidos mi armario, no ando de vaga sin bañar y mucho menos con esa escandalosa barba que usas para cubrir todas tus marcas de "guerra".

—Además, mucho tuviste que ver tú en mi formación para ser como soy ahora, si no fuera por tu vago esfuerzo no sería una mujer de este tipo ¿o sí?, gracias deberías darme por la primera vez que te salve el pellejo. — Dijo Imed ya calmada, soltándose el cabello y amarrando nuevamente su melena color azabache.

Fustán se levantó de la silla lentamente y en segundos se ubicó tras la espalda de Imed la tomo del brazo y volteándola con fuerza, se acercó a su oído y dijo. —Lamento haber crecido querida, pero no soy uno de esos mocosos que aterras, no te equivoques de victima porque las cicatrices podrían estar en alguien más. — Susurro en su oído, dejando que las palabras rosaran los tímpanos de imed haciendo sudar su oreja.

—Jajajajajaja. — rio Imed apartándose de Fustán mientras sacaba un trapito de su delantal y secaba su oreja suavemente.

—No hay culpables para justificar tu locura, eres igual de depravada que siempre y no tengo nada que ver con tus manías, si quieres culpar a alguien culpa al mundo, vives en este asqueroso pueblo intentando actuar una santurrona, por favor, nadie podría creer eso. Mírate estas más sucia que yo.

—Las cicatrices no son solo externas hermanita. — enfatizo Fustán. —Varias debes tener dentro de tu incomprensible alma. —

—¿Cicatrices? No se dé que me hablas, lo que no es visible a los ojos no existe. — Dijo Imed ofendida escapando del agarre de su hermano. — Mejor apártate que debo terminar la limpieza aquí. —

Reanudo la limpieza mientras fustán tomo asiento de nuevo a observar a su hermana, la miro con desagrado, recordó cómo fue en su juventud, como los incontables pretendientes que había tenido huían despavoridos al conocerla realmente, a su mente vino la primera vez que la vio "jugar" con alguien; eran solo unos niños en aquel entonces, pero ella con una sonrisa perfecta clavaba agujas en los dedos de su primera víctima para enseñarla a no tocar sus cosas, Esta actividad fue recurrente con el pasar de los años informando con entusiasmo a su hermano cada sesión de "entrenamiento" que le daba a sus supuestos amigos.