El Burdel

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Ahora el piso por completo de piedra era golpeado constantemente por los cascos de caballos que arrastraban los carruajes de Central Azpell, el ruido era ensordecedor y las personas caminaban una al lado de la otra tropezándose y quejándose de los altos precios.


El primer avistamiento al entrar a Central Azpell era un inmenso mercado, comerciantes alzaban sus voces para vender su mercancía. —LLEVEN LAS TELAS. LOS TOMATES, COMPRE SUS TOMATES. VENGA Y LLEVE LOS MEJORES PERFUMES DE ARSO, NO HAY MEJORES PERFUMES QUE LOS TENEMOS EN CENTRAL ASPELL— decían a gran voz.El cochero se mantuvo en movimiento hasta que el ruido del mercado se perdió entre las veredas de la ciudad, mantenía un ritmo contante siguiendo a los hombres de largas túnicas.


—Basta— escuchó el cochero jalando las riendas para detenerse, el sonido provino frente a si pero no pudo notar quien había pronunciado aquello.


—¿Ocurre algo?— Dijo una voz femenina dentro del carruaje.


—No lo sé señorita— respondió el cochero sin voltear.


—Hasta aquí los acompañaremos, procuren no meterse en más problemas— continuo la voz de uno de los hombres con túnicas. —Reanuden su camino solos a partir de acá, les será difícil perderse. Al llegar a la puerta pregunten por Wallace, los estará esperando y recuerden—.


—Nunca van a donde realmente van— dijeron los tres al unísono haciendo crispar los pelos de la nuca del cochero.


—Gracias por su ayuda señores— respondió Imed a través de la ventanilla del carruaje. —Ellos si saben cómo resolver las cosas— le reprochó Imed al cochero en un tono más bajo.


—Calck, clack, clack, clack— Sonaban los cascos de los caballos con un ritmo incesante.


—Ush, el calor es agotador... además, tengo hambre. ¿No hay ningún lugar para comprar algo de comer por aquí? — dijo Imed a través de la ventanilla.


—No lo sé señorita, de encontrar algo en el camino le avisaré—.


El ambiente poco a poco se fue quedando sin visitantes, pocas eran las personas que circulaban ahora en las calles; en cada ocasión que alguien pasaba al lado del carruaje bajaba la mirada y aceleraba el paso hasta perderse de vista. La humedad reinaba en la vereda y los charcos se quejaban con un ¡chas! Cada vez que pisaban alguno.


Las casas y tabernas tenían en su mayoría dos pisos, pocas tenían tres y aún menos poseían una sola planta, las sombras que producían ahogaban la claridad y debido a la estrechura de la vereda una gran capa de sombras los cubría mientras seguían. Un olor fétido embriagaba el lugar y al parecer aquel olor los acompañaría hasta que salieran de la vereda.Se detuvieron muy poco tiempo en algún lugar de la larga vereda, un tiempo que Imed fue incapaz de notar, quizás porque se había quedado dormida.


El cochero toco la puerta del carruaje suavemente varias veces sin que nadie abriera, intento una segunda vez y vio como el carruaje se estremeció por un segundo, antes de que la puerta fuere abierta.

Crónicas de Arzo [Un Reino Secreto]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora