Parte I

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Si Roger Taylor tuviera que decir cuando había comenzado a sentirse atraído por Brian May, simplemente no sabría que contestar.

Y es que simplemente a los 26 años de edad, en pleno apogeo de la fama y habiéndose acostado con más de 60 mujeres — o al menos como cifra aproximada— , no se consideraba homosexual ni bisexual en lo más mínimo.

Los hombres no eran su territorio, y no porque tuviera algo en contra de los homosexuales —"¡Por el amor de Dios, uno de mis mejores amigos lo es!"—, si no porque no se sentía atraído a ninguno. O nunca lo había hecho.

Y es que realmente había tenido oportunidad con infinidades de masculinos que se cruzaba en las fiestas a las que solía frecuentar con sus compañeros y amigos de la banda. Muchas veces se le insinuaban y llegó a besar a uno que otro, pero cuando la cosa comenzaba a pasar a mayores, a él simplemente lo aburría. No podía ir más allá que de unos cuantos besos y roces que no lo despertaban en lo más mínimo.

Por eso, el día que notó ese algo en el estómago —y sobre todo en sus pantalones— por ver a Brian en medio del concierto abriendo un botón más su camisa mientras se daba vuelta para guiñarle el ojo, lo atribuyó a la excitación y adrenalina del momento.

Porque no, él simplemente no es gay y no hay manera que un hombre cause eso en él.

El problema comenzó cuando ese algo volvió a aparecer en los camarines luego de terminado el recital.

Cuando se adentraron al cuarto del teatro y Brian se encaminó al baño sacándose la camisa extremadamente sudada, sintió que sus pantalones comenzaban a apretar y como sus mejillas empezaban a enrojecer.

Es que, joder, verlo tan animado y excitado, todavía canturreando Dragon Attack y sacudiendo su pelo quitándolo de su cara mientras abría su camisa con un toque de sensualidad, le había resultado sumamente excitante.

Y aunque quiso evitarlo o adjudicar la presencia de un bulto en su entrepierna, no encontró como escapar de esa situación.

Ese día rogó al Dios —en el que ni siquiera creía—que nadie haya notado el pequeño —gran—problema que le había generado esa imagen en sus pantalones y en sus sentidos.

Lastimosamente tenía razón, y Dios no existía, o si existía lo odiaba, porque no solo notó la mirada inquisidora de Deacon, si no que también se llevó consigo la carcajada y la nalgada de Freddie conjunto de un "Roggie travieso" susurrado contra su oído.

En la fiesta de esa misma noche la mezcla de alcohol, droga y nerviosismo le jugó en contra. Y es que, maldición, no podía evitar seguir a su mejor amigo con la mirada para todos lados.

No se había dado cuenta lo sensual que podía ser el mayor sin siquiera proponérselo. La manera que mordía sus labios o pasaba su lengua muy sutilmente por el borde de los vasos antes de tomar cual sea que sea el contenido resultaba extremadamente dolorosa —sobre todo ena parte baja de su cuerpo— e inquietante.
Porque, maldición, se sentía sucio sintiendo un cosquilleo en sus boxers cuando su amigo estaba siendo inconsciente de todas sus miradas casi —o extremadamente— lujuriosas.

O eso pensaba.

Porque a mitad de la noche comenzó a pensar que May no era tan inconsciente de lo que estaba sucediendo y que esa inocencia que demostraba casi siempre no era tan real como él creía.

Attraction [Maylor]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora