Silencios que lo dicen todo.

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Una sacudida mental me trae de mi sueño. A mi lado duerme mi marido cuando los primeros albores del amanecer se vislumbran en el horizonte.
Tiene un brazo rodeando mi vientre y la cabeza apoyada en mi hombro.
Siempre duerme así.
¿A qué hora llegó?, me pregunto con un suspiro.
A duras penas salgo de su agarre y desde el control remoto bajo las persianas para que duerma un poco más.
Me visto con unas mallas y un top deportivo. Me calzo mis Nike, y, en el suelo veo la camisa y la ropa de Christian tirada.
Frunzo el ceño.
Él es muy ordenado, no deja nada tirado ni fuera de su lugar. Seguramente vendría bebido.
Frunzo el ceño y el corazón se me para cuando lo veo. Con manos temblorosas cojo la camisa.
No. No. No.
Está manchada de...labial. Labial rojo.
¿Está con otra? ¿Me...me está engañando?
Me acerco la prenda a la nariz y el olor de perfume de mujer me llega.
La retiro rápidamente.
Lo conozco. Lo he olido muchas veces. Tantas, que lo aborrezco. Sé quién lo usa.
Leila Williams.
¿Esa es la mujer con quien está?
Pero...
Él dijo...
Él...
Sal de aquí, tonta. Sal.
Dejo la camisa en el suelo y salgo corriendo hacia la calle. Luke, mi guardaespaldas me intercepta.

—Voy a correr. Voy al parque y vuelvo —digo en voz baja mirando al suelo.
Él se hace a un lado sin decir nada más dejándome salir.
En la calle aún reina la oscuridad. El aire frío de la mañana me golpea la cara.
Mierda, Anastasia. Concéntrate.
Hecho a correr hacia Piket Market y en mi mente una otra vez la imagen de ese carmín atormenta mi cabeza.
Corre.
Corre.
Debí correr, pero hace mucho tiempo. Lejos de Christian Grey.
Los recuerdos toman forma en mi mente.

—Anastasia, conmigo no te faltará nada —promete con esa indiferencia que lo define, pero con calidez, e increíblemente, me tranquiliza—. Yo puedo cuidar de ti, proporcionarte estabilidad económica y emocional. —Parpadeo perpleja. Él se acerca más a mí y coge mi mano por encima de la mesa—. Si tú estás dispuesta, ambos podemos satisfacernos. —Sus ojos se oscurecen y baja la voz. Se me seca la boca—. Yo quiero respetarte, complacerte, quiero que seas mía en todos los sentidos, Anastasia. No quiero tener que salir a buscar fuera de casa lo que puede darme mi mujer. —Me pongo colorada, lo que a él parece encantarle.

—Eso quiere decir que, si yo te complazco en el dormitorio, tu no buscarás nada fuera. —Él asiente serio.
Frunzo el ceño.
¿En serio?

—Siempre y cuándo sepas diferenciar las cosas. —Permanezco inmóvil. No quiero que vea que eso me ha dolido—. Anastasia, quiero que nos seamos fieles, no quiero arriesgarme a que alguien me vea con otra mujer y, —clava su mirada aterradora en mí lo que me hace encogerme en el asiento del lujoso restaurante donde estamos comiendo—, está más que claro que tú no vas a ver a ningún hombre. —su voz baja y fría hace que me tiemblen las manos. Su mirada no deja lugar a dudas a que no es un simple comentario, sino más bien, una realidad—. Por lo menos los dos años que dure nuestro acuerdo.

—Yo...yo no voy a ver a nadie. Aunque tú y yo...no tengamos intimidad, jamás haría algo así. —Mi respuesta parece convencerle, pero no relaja la expresión ni un poco.
Caramba.

—Bien —dice y vuelve a coger sus cubiertos cortando un menguado trozo del solomillo al punto que ha pedido.

Lo dijo, él dijo que seríamos fieles, y yo, como una tonta lo creí.
Incluso me he volcado estos meses que llevamos casados en complacerlo.
Quise darle todo.
Aunque no hubiera amor entre nosotros y nuestro matrimonio fuese solo un acuerdo en el que ambos salimos beneficiados, quería hacerlo bien. Volcarme en él. Cierro los ojos desolada, volviendo a dejar que los bochornosos recuerdos me hundan aún más en el pozo negro de mi vergüenza.

Después de nuestra "íntima" ceremonia, Christian me trae a casa.
No hago ningún comentario, él tampoco. Ha sido la boda más sosa y solitaria del mundo.
No es un matrimonio real. Que no se te olvide.
Asiento.
Cuando entramos en el ascensor su mano se posa en mi cintura.

Todas las cosas que nunca te dije.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora