Una familia.

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Íbamos en el coche camino a Grey House.
Ninguno ha dicho nada en dos días.
Dos miserables días en los que solo somos un matrimonio de cara a la galería.
En casa somos dos extraños.
La contemplo sumida en sus pensamientos mientras Taylor se abre paso entre el opresivo tráfico de la mañana.
Mi tío ha convocado una junta urgente en la que Ana está incluida.
La miro de reojo.
No sé qué puedo decir que vaya a arreglar esto.
Armándome de valor cojo su mano y me acerco a ella.
Se gira y sus ojos se clavan en los míos fríos e inexpresivos.
Trago el nudo amargo que se forma en mi garganta.

—Pequeña, te echo de menos. —Ella me mira fijamente unos segundos y baja la mirada a sus manos—. Ven aquí. —Le subo en mi regazo—. Haber, ¿qué te molesta? —Ella levanta la cabeza y sus ojos dolidos se clavan en mí.

—Me acorralasteis bajo presión para que os salvara el culo y diera la cara sin tener por qué por vuestros errores involucrando a mi empresa en algo de lo que no quería ser partidaria. Esperaba que me apoyaras, que me dijeras que no tenía por qué hacerlo y te callaste dejando que tu familia una vez más me avasalle —escupe del tirón apenas sin aliento.
Yo me quedo quieto mirándola. Sus preciosos ojos han perdido su brillo de antaño y está muy pálida.
—Sí, fue culpa mía aceptar. La presión no es lo mío —se lamenta y se baja de mi regazo dejándome sin saber qué hacer—. Ya está. Pero nada va a cambiar el hecho de que me siento una mierda por dar la cara por vosotros. Ni siquiera sé todavía qué pasó realmente. Solo sé que estoy unida a tu empresa cuando no quería. dice en voz baja y alicaída.

—Pero, Ana, ¿por qué no quieres hacer negocios con nosotros? —Ella permanece con la mirada en la ventanilla.

—Os di unas pautas y no cumplís ningunas —alza la voz girándose hacia mí—. No quiero hablar más de esto —dice con la voz ahogada—. No quiero hablar de nada —dice y vuelve a mirar por la ventanilla suspirando entrecortadamente.

Cuando llegamos a Grey House salgo del coche y ayudo a Ana a salir.
Entrelazo mi mano con la suya con fuerza y entramos en el inmenso edificio.
Todos nos miran y saludan con amabilidad.
Ana es blanco de muchas miradas. Por no decir todas.
En el ascensor, sin poder soportarlo más, le rodeo la cintura y le beso la mejilla y el cuello.

—Odio cuando estamos peleados —le digo y ella suspira bajando un poco sus muros. La rodeo con mi otra mano y la abrazo—. No sabes lo que me duele verte así. Y siento mucho no haber puesto freno a esto antes —le digo y ella me mira llena de tristeza—. Pero me encanta que ahora estés por aquí. Que trabajes conmigo. —Me inclino y le beso los labios—. Te quiero, Ana. —Ella cierra los ojos y suspira. Sus manos me rodean la cintura y me abraza.
No paso por alto que no me ha dicho que me quiere. Dentro de mí sé que acabaré perdiéndola si no hago algo rápidamente. La sonrisa que le dedicó a ese gilipollas es la prueba.
Las puertas se abren y Andrea, mi asistente, viene rápidamente hacia mí.

—Buenos días, señor Grey. Señora Grey. —Asiente con la cabeza educada y profesional como siempre.

—Buenos días, Andrea. —Ana le tiende la mano—. Me alegro de conocerte al fin. Y déjame decirte que tienes toda mi admiración por aguantar a este hombre tantas horas al día. —Andrea ríe un poco y yo me hago el ofendido.

—No es nada, señora Grey. Es un jefe muy permisivo. —Ana sonríe y me acaricia la espalda.

—Sí, es muy bueno. —Un destello, muy, pero muy fugaz, tal vez sea una ilusión, pero juro escuchar su sarcasmo en la última O.
Frunzo el ceño y ella me dedica una enorme sonrisa.
—Sonríe cariño, estás más guapo —susurra y anda elegantemente hacia la sala de juntas contoneando sus caderas enfundadas en ese endiablado vestido de crepé azul marino entallado por encima de las rodillas y una cremallera dorada que le baja desde los hombros por toda la espina dorsal hasta el dobladillo.

Todas las cosas que nunca te dije.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora