Escalafón.

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Anastasia.

Se había transformado, completamente.
Se había vuelto un hombre más dominante, más posesivo, más oscuro y violento, y había sido demoledor. Letal.
Había dolido, sí. Hubo un momento en que lloré y quise correr, pero, no pude.
Una parte de mi mente me animaba a aguantar, a seguir.
¿Mi recompensa? Sus gemidos, su respiración ronca y trabajosa, su excitación erecta y dura contra mi trasero.
No necesitaba más.
Quería complacerle, quería darle todo lo que él quisiera. Quería ser la única.
Dios sabe que esos azotes no fueron nada comparados con las palizas que mi padrastro me daba.
Podía aguantarlo, podía hacerlo por él.
Y por mí.
Fue el orgasmo más devastador habido y por haber.
Christian siempre ha sido tierno conmigo, pero, ese fuego, ese nivel de frenesí desenfrenado jamás lo había experimentado y estaba más que dispuesta ha repetirlo cuando él quisiera.
Me miro al espejo y respiro hondo.
Empiezo a maquillarme.
Ayer volvimos de Aspen. Después de asistir a la cena que Grace organizó en su casa. Solo para sus hijos.
No tocamos temas de trabajo, ni de familia y disfrutamos de una ponderada cena.

—¿Anastasia? —Me llama.

—En el vestidor, Christian —le digo a mi vez.
Me aplico rímel y su reflejo aparece en el espejo.
Se apoya en el umbral de la puerta y se cruza de brazos, la camisa se le tensa alrededor de sus bien trabajados bíceps y yo babeo al verlo.
Es la perfección personificada.
Cierro el rímel y lo dejo en el cajón de mis maquillajes alineado con los demás.
Soy muy perfeccionista, me gusta tenerlo todo debidamente colocado.

—¿No vas a trabajar? —me pregunta.
Levanto la cabeza y le miro en el reflejo del espejo. Tiene la mirada fija dentro de mi cajón y vuelve a mirarme a mí.

—No hay nada que no pueda hacer desde casa —le digo despreocupada encogiéndome de un hombro.
Él sonríe ampliamente y me rodea la cintura con sus brazos. Apoya la barbilla en mi hombro y me mira por el espejo.
—¿Qué? —pregunto en voz baja.
Niega y se inclina para besarme el cuello. Ladeo la cabeza automáticamente y cierro los ojos.
Un placentero pellizco retuerce mi estómago.

—Pensé que... —me gira entre sus brazos y me acaricia la mejilla con cariño. Su mano descansa en la parte baja de mi espalda pegándome a su cuerpo.
El olor de su perfume, mezclado con el suavizante y el fresco aliento mentolado que golpea mi cara dejándome ensimismada.
—Pensé que ahora que todo ha salido a la luz estarías todos los días en tu oficina, y... —se calla y me mira fijamente ocultando rápidamente sus sentimientos.
Suspiro.

—¿Creías que dejaría de estar para ti? —le digo en voz baja y él parpadea, su mirada inexpresiva confirma que eso es lo que pensaba. Es demasiado orgulloso para demostrar sus sentimientos, y sentirse vulnerable. A parte de Mía y de mí, con poca gente es amable, mucho menos cariñoso.
Permanezco callada a la espera.

—Nunca dejarás de estar para mí —dice con frialdad enredando su mano en mi pelo.
Se me seca la boca y el deseo contrae mi interior y sube por mi vientre.
Me obliga a echar la cabeza hacia atrás y se cierne lentamente. Pasa la nariz por mi mentón hasta el lóbulo de mi oreja y lo muerde con suavidad.
Gimo bajito.
—Siempre estarás para mí. ¿Verdad, Anastasia? —susurra en mi oído.
Trago saliva y asiento.
Él aprieta con firmeza su agarre en mi pelo.

—Sí, señor. —Mi voz apenas en un ronco susurro. Un gruñido de satisfacción brota de su garganta y se inclina hacia atrás para mirarme.
Sus ojos arden de deseo.
Su erección en mi vientre se hace cada vez más notoria.

—Voy a poseerte y luego vendrás conmigo a mi oficina. —Me levanta la rodilla de un rápido movimiento y se la coloca en la cadera. Empuja rozando su miembro en mi entrepierna y ambos gemimos.
—Dios, no me canso nunca de ti. —Me empuja contra la mesa de mi tocador y de un tirón arranca mis bragas y me embiste con fuerza entrando en mí y arrancándome un grito de placer.
—Agárrate fuerte a mí, Ana. —Le rodeo el cuello y nuestras miradas quedan ancladas—. Vas a ver las estrellas. —Empuja y cierro los ojos de golpe al sentir en mi interior una explosión de electricidad que viaja por mis venas recorriendo mi cuerpo.

Todas las cosas que nunca te dije.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora