Sincerándonos.

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Taylor aparca el coche en la puerta de la empresa de Ana y bajo rápidamente.
Cuando me he levantado esta mañana, Ana no estaba y tenía una resaca del quince.
Solo recuerdo haberme sentado a beber y beber, luego Ana me recogió y me llevó a casa.
¡Ana me recogió del Eclipse!
Esto debe ser una pesadilla.
La misma recepcionista de ayer me mira con los ojos muy abiertos.

—Busco a Anastasia Grey. —Ella teclea en su ordenador algo.

—La señora Grey no está disponible, señor. —Gruño.

—Déjeme subir. —Ella duda y doy un golpe en la mesa—. Es mi mujer, joder. —Palidece y me abre el torno.
Subo como alma que me lleva el diablo y en su planta la recepcionista sale rápidamente y alguien de seguridad intenta detenerme.
—Atrévete a cortarme al paso y te arrepentirás... —siseo y se hace a un lado. Cuando enfilo el pasillo la veo en su despacho, está despampanante, lleva el pelo suelto y ondulado, y un bonito vestido rojo entallado con falda de vuelo.
Se ríe con el imbécil de Hyde. No parece afectada, ni disgustada, no...
Está la mar de contenta.
Su risa no hace más que aumentar mi furia y entro como una tromba en su despacho.
Ambos se callan de golpe y me miran con los ojos muy abiertos.

—¿Interrumpo algo? —siseo.

—Perdóname, Jack, normalmente el señor Grey suele tener algo más de educación. —Pero...será posible.

—No se preocupe, señora. Discúlpenme.
Maldito chupaculos.
Él se va y Ana empieza a ordenar los papeles de su mesa. Es una oficina muy bonita, en tonos beis, marrón y dorado.
Me acerco a su mesa donde ella recoge cosas y sonrío al ver una foto nuestra en su mesa.
Una de las pocas que tenemos.

Se me encoge el corazón. Yo también tengo una foto nuestra en mi mesa, quería que todos vieran a la despampanante mujer con la que me había casado.
¿Pero por qué la tiene ella?
¿Esto que significa?

—¿Ana, por qué te has ido esta mañana? Quería explicarte que...

—Tengo mucho trabajo, Christian. Será mejor que te vayas —me despacha indiferente y a mí se me revuelve es estómago.

—Ana...no hice nada. Nada —le aseguro.

—Ya he oído eso otras veces... —deja de ordenar papeles y se pellizca el puente de la nariz—. Estoy cansada, llevo meses aguantando insultos, desplantes, todo por ti, y a ti todo te importa una mierda. Me tienes en una montaña rusa. Ahora te quiero, ahora no, ahora me voy a un prostíbulo...—dice al borde de las lágrimas—. No sé qué más hacer. Te lo he ofrecido todo. Todo —grita y sus lágrimas caen. Yo me hundo en mí miseria—. ¿Pero sabes qué? —Se las limpia con brío con el dorso de la mano—. Que tienes razón. Yo me merezco al algo mejor. —Se me encoge el corazón, y duele. Duele, joder—. Me merezco alguien que me quiera, alguien que valore mis sacrificios, que me valore como mujer y como persona. —Abro la boca y la cierro, incapaz de hilar una sola palabra.
La imagen de ella y ese chupaculos riéndose me apuñala el pecho.
Ella abre de golpe un cajón y saca un pañuelo.
—Quiero el divorcio, Christian. —Me tambaleo, siento que me caeré—. No quiero seguir viviendo esta mierda. —Trago saliva.

—Ana, no, por favor... —Ella se seca las lágrimas y la nariz.

—¿Y qué quieres? Estar conmigo y con otras —me dice con firmeza—. Seguir humillandome.

—Pequeña, yo no...sólo me importas tú.

—Mentira —alza la voz—. Prefieres desahogarte con otras que conmigo que es con quien deberías hacerlo —dice y vuelve a llorar.
Voy hacia ella y se aleja.

—Ana, yo a ti no puedo hacerte eso. No puedo utilizarte, no puedo...

—¿Golpearme? —pregunta. Asiento. Se tapa la cara con las manos e intento tocarla, pero ella me aleja—. Entonces déjame ir —me pide, intento abrazarla de nuevo—. No quiero que me toques. No volverás a hacerlo en la vida. —Siento la rabia por mi cuerpo.

Todas las cosas que nunca te dije.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora