La cuidad del ¿amor?

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París.

Vamos, Ana. —Cojo la mano que me tiende para ayudarme a salir del coche—. ¿Tienes hambre? —Asiento.

—Mucha. —Sonríe y me rodea los hombros mientras andamos hacia el Reginna.

Hace dos días llegamos a París, y Christian me ha llevado a conocer la ciudad.
Hemos ido a desayunar unos crepes deliciosos, a comer y a cenar a restaurantes preciosos y exquisitos, hemos visto museos y ahora vamos a cenar en un restaurante maravilloso desde donde vamos a ver el alumbrado de la Torre Eiffel.
Christian abre la puerta del restaurante para mí como el caballero que es y el metre nos conduce hacia nuestra mesa que tiene vistas hacia la calle.
Sonrío a mi marido.

—Es precioso, gracias por traerme. —Él sonríe y coge mi mano por encima de la mesa.

—Me alegro que te guste —me dice con ese mirada serena y alegre que me encanta de él—. ¿Qué te apetece cenar, pequeña? —pregunta cuando el camarero nos pasa una carta a cada uno.

—Lo mismo que tú. —Asiente conforme con mis palabras y le recita al camarero nuestros suculentos platos en un perfecto y fluido francés.
Cuando se va y nos deja a solas Christian clava su mirada en mí.
Estos días está siendo todo un marido cariñoso y atento con su mujer.

—Anastasia, hay algo que quiero darte —dice tenso y saca del bolsillo interno de su americana una cajita roja con las letras Cartier grabadas, la pone encima de la mesa y la abre.
Es una preciosa pulsera de oro, una elegante pulsera con una especie de pequeños tornillos.
La coge y me la tiende abierta para ponérmela.
Estiro mi mano y él la cierra con un pequeño destornillador de oro.
—No podrás quitártela, porque yo me quedaré con esto —dice guardándoselo en el bolsillo con una sonrisa traviesa.
Sonrío ampliamente.

—No lo haré. —Le doy un apretón en la mano y él asiente—. Muchas gracias, es preciosa. —La acaricio con mis dedos—. Pero no tenías que haberte molestado, ya me has dado tanto... —digo mirando hacia la calle y viendo la iluminada calle.

—Mírame, Ana. —Lo hago. Jamás podré dejar de mirarle. Podría mirarle todo el día—. Tú te lo mereces todo. —Sonrío con tristeza y bajo la mirada.

—Es muy dulce de tu parte que digas eso después todo lo que has tenido que pagar por mí. —Más que ver siento su respingo—. Una vez más he de agradecerte que no me trates como...

—¡Cállate! —No levanta la voz, pero no hace falta. Me coge la barbilla y me la levanta con firmeza, pero sin hacerme daño—. Yo soy el principal beneficiado en esta historia, yo te elegí a ti. Después de todo lo que ha pasado entre nosotros, de que he sido el único hombre en tu vida, te prohíbo que pienses eso de ti. —Sus ojos brillan de furia.
Asiento rápidamente.

—Vale. —Él me mira fijamente sabiendo que no lo digo para nada convencida tratando solo de que él no se enfade.

—Somos un matrimonio, Anastasia —espeta—. Eres mi esposa y te mereces lo mejor. No te estoy pagando por nada. —Hago una mueca de dolor.

—Sabes que es así. —Gruñe bajito.

—Ana...pequeña, ¿tú eres feliz? ¿Estás bien en casa? ¿Estás bien conmigo? —Los ojos se me llenan de lágrimas que no me permito derramar.
Él se acerca a mí sentándose más cerca y levanta mi mano para besármela—. Yo sí, me siento muy bien contigo. —Sonrío con tristeza.
Como voy a estar bien, si me ha sido infiel cuando dijo que no lo sería.
Él está como quiere, tiene mujeres que le satisfacen y una mujer que le calienta la cama—. Ana, las cosas van a cambiar —dice para nasa convencido.
Frunzo el ceño.
¿Por qué me engaña?
El camarero interrumpe nuestra conversación y deja frente a nosotros un delicioso risotto de setas y trufa.
Cuando nos deja solos Christian se inclina hacia delante acortando la distancia conmigo.
—Ana, quiero...
Frunce el ceño y saca el móvil de su bolsillo.

Todas las cosas que nunca te dije.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora