Tiempo de espera.

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Christian.

La incesante alarma suena y suena.

—Christian....apágalo. —Lloriquea mi esposa.
Gruño por tener que soltarla y a tientas paro la alarma.
Fuera llueve, hace mucho frío. Me vuelvo a acurrucar a su lado.

—No vayas a trabajar —le pido besándole el cuello.

Ella gime y se remueve. Su trasero se restriega suavemente con mi erección matinal.

—Tengo cita con la ginecóloga. —Abro los ojos de golpe.

—¿Para qué? —pregunto.
Mi mano descansa en su vientre, por instinto la abro.
El corazón se me acelera.

—Me toca volver a ponerme la inyección —aclara.

—Ah —murmuro.
La inyección.
Fue el método anticonceptivo que Ana eligió cuando fuimos con la ginecóloga días después de casarnos y empezar a vivir juntos.
Yo no quería usar condón con ella y como nuestra relación era tan incierta tampoco me veía teniendo hijos.
Hijos.
Nunca había pensado en la posibilidad de ser padre. La idea me encanta, me gustan los niños, y sé que puedo hacerlo bien.
Por lo menos mucho mejor de lo que lo hicieron conmigo.
Yo amaría a mis hijos, y más, si son míos y de Ana.
No me veo teniendo hijos con otra que no sea ella. Ana es la mujer que tanto he deseado.
Me sobran todas las demás.
—Pequeña... —Sueno nervioso.

Lo estoy.
Ella gira la cabeza y me mira.
Frunce el ceño al ver mi expresión.
Suspiro.
—Yo... —Vamos, suéltalo—. Anastasia me gustaría tener un hijo —suelto de golpe y con brusquedad las palabras como si quemaran.
Ella me mira petrificada y palidece hasta blanquecer.
Mierda.
Abre y cierra la boca pero sus palabras no se liberan.
Se gira y se levanta de la cama.
Pero...
Se mete en el baño y cierra el pestillo para que no la siga.
Muy astuta, Ana.
Suelto el aire que retenía y un pellizco de ansiedad se instala en mi estómago.
¿No quiere ser madre?
¿No quiere que tengamos hijos?
Me enfado.
Sí, me enfado.
¿Ella que culpa tiene?
¿Quién va a querer tener un hijo contigo?
Me hundo en la cama al mismo tiempo que mi ánimo decae.
Escucho el agua de la ducha y sé que tardará un rato en salir.
Me voy a correr.

Radioactive de Imagine Dragons retumba con fuerza en mis oídos mientras me abro paso entre la gente que pasea o corre por el puerto.
¿Por qué no quiere tener un bebé?
Puede que le haya pillado de sopetón.
O que no quiera. Su carrera está despegando, aún hay cosas entre nosotros que debemos solucionar.
Esta tarde tenemos cita con el doctor, una eminencia en Psiquiatría.
A ver qué tal nos va.
Tengo la espalda cargada, y me siento malhumorado.
El hijo de puta que llevo dentro gruñe de frustración.
No.
Corro más rápido quemando el doble de energía.
Tengo que calmarme, reprimir la necesidad como sea.
No puedo flaquear. Se lo prometí a mi esposa. Y lo cumpliré.

Cuando entro en casa, el olor a café, y beicon me llega haciendo rugir mi estómago.
Me asomo a la cocina donde mi esposa cocina mientras ve las noticias.
Sonrío.
Me encanta cuando cocina.
Me encanta.
Entro en la estancia y ella me divisa rápidamente. Me mira con cautela.

—Estoy preparando el desayuno —dice yendo a la nevera, Saca una botellita pequeña de agua bien fría.
Sonrío agradecido sintiéndome muy amado.

—¿Dónde está Gail, pequeña? —Evito acercarme por qué estoy sudado y ella ya está arreglada. Impecablemente vestida con un jersey de hilo beis de cuello alto, ancho y asimétrico y unos vaqueros entallados negros.

—Por ahí. Yo quería cocinar para ti —aclara despreocupada mientras rompe dos huevos en una sartén y los remueve.
Le rodeo la cintura sin acercarme mucho y le doy un beso en la mejilla.

Todas las cosas que nunca te dije.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora