Revolución hormonal.

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Anastasia.

Luke abre la puerta del coche para mí y bajo limitada por el dolor de mis costillas. Me acaban de dar el alta, pero tengo que guardar reposo. Nada de esfuerzo; me río sin ganas. Cómo si el señor controlador me dejara mover un dedo, y más ahora que estoy embarazada.
Aún no me hago a la idea. Ni me la haré. Por ahora.
¿Qué voy a hacer yo con un bebé?
Dejo de pensar en la "cosita" cuando Christian me tiende la mano y me rodea la cintura con la otra.

—Puedo andar —refunfuño de mala gana y él me mira fulminante.
Que te den.
Se lo dejo bien clarito con la mirada y él gruñe.

—Lo pasaré por alto por qué acabas de tener un accidente. Pero cuida tu lenguaje y las formas cuando te dirijas a ti —dice con fingida dulzura.
Dentro de mí algo se revoluciona.

—Y si no quiero hacerlo, ¿qué harás? —Me mira perplejo ante mi chulería y yo le sonrío con arrogancia.
Pero ¿qué me pasa?
Es como si un pequeño monstruo rebelde se hubiese apoderado de mí.
Su mano se cierra alrededor de mi brazo y mi corazón se acelera. Pero, rápidamente me suelta. La decepción se apodera de mí.

—Sabía que pasaría esto. —Tiro de mi brazo con brusquedad y me suelto.
Se queda boquiabierto, plantado en medio del salón. Es hasta cierto punto cómico.
Me meto en mi habitación y de ahí al baño, necesito una ducha.
Evito mi reflejo en el espejo y empiezo a desnudarme.
Me encojo de dolor al intentar quitarme la camiseta.

—Déjame ayudarte —me pide. Seguidamente siento sus manos sobre mí.
Suspiro y me dejo hacer.
Luchar contra él no tiene sentido.
—He pedido la cena de tu restaurante favorito —me informa, mientras me despoja de mi ropa con sumo cuidado.
Me besa el hombro y mi cuerpo se estremece.
Asiento abatida.
Sus manos me rodean la cintura abrazándome y besándome el pelo, la mejilla y muy brevemente los labios.
Esto es lo que he estado necesitando, su contacto, su atención.
Me siento ridícula.
Abre el grifo de la ducha y espera hasta que el agua está bien.
—Entra —me ordena con voz firme.
Oh, qué calentita.
Dejo que caiga sobre mí y me limpie.
Christian se despoja rápidamente de su ropa y se une a mí.
—Voy a lavarte para que estés limpia. —Me habla con tanta, tanta ternura que creo que puedo llorar.
Con movimientos suaves y minuciosos masajea mi cabeza y el largo de mi pelo. No deja ni un pequeño rincón sin frotar o masajear. Sigue con el acondicionador y termina con mi cuerpo.
Es un acto muy íntimo y agradable.
Me gusta mucho cuando me cuida.
—¿Te gusta? —pregunta en voz baja clavando su mirada gris en mí. No puede ocultar su satisfacción, y yo tampoco.
Murmuro un sí.

—Creo que es la primera vez que dejo que hagan algo así por mí. —Detiene sus movimientos unos segundos con la mirada fija en mis hombros y continúa lavando mi cuerpo.

—¿Tu madre no te bañaba de pequeña? —Me encojo de hombros.

—Supongo que de bebé. Y me parece que lo hacía mi abuela. Desde que tengo edad de recordar lo hacía yo sola. —Por su expresión pasa una mezcla de enfado y compasión—. Era una niña muy independiente —le digo despreocupada.

"—Mamá, ya he llegado —digo entrando por la puerta de casa.

—¿Dónde estabas? —grita desde la planta de arriba—. Hace una hora que debías llegar del colegio, la casa está echa un asco.
Aparece en lo alto de la escalera impecablemente vestida con un vestido negro y unos altísimos tacones. En sus manos sostiene dos pañuelos y los contempla con detenimiento para hacer su elección.

—Debías venir a recogerme al colegio. He tenido que venir andando. —Me fulmina con la mirada.

—No te ha pasado nada, ¿no? —Hago una mueca.
Todos los padres de mis amigos estaban allí esperándolos para llevarlos a casa mientras hablan de la rica comida que les habían preparado para ellos. Yo estaba sola, como siempre.
—Voy a comer con un amigo —dice volviendo a sonreír—. En la cocina hay poca cosa, come lo que pilles. Yo volveré tarde. Limpia la casa y haz los deberes —me ordena.
Asiento reprimiendo las ganas de llorar.
Otra vez sola."

Todas las cosas que nunca te dije.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora