Dinastia Grey.

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La mansión de los Grey luce impresionante.
Una hilera de lujosos coches esperan para llegar a la enorme alfombra roja donde la más alta sociedad de Seattle hace gala de sus mejores trajes y joyas.
Jugueteo nerviosa dando vueltas a mis anillos de casada y de compromiso. Jamás me los quito, también los acompañan la pulsera que me regaló Christian en París, ambos son insustituibles en mí. Aparte llevo unos sencillos pendientes de diamantes que me regaló Christian con una bonita pulsera a juego.
Aún no quiero saber cuánto le costó, sin duda una pequeña fortuna. Pero él nunca se ha mirado a la hora de lisonjearme.
El poco tiempo mi joyero está repleto de joyas.

Christian entra por la puerta de casa con una pequeña bolsita marrón.

—Buenas noches, Anastasia —se inclina y me besa los labios.

—Buenas noches —le digo empezando a sentir el aturdimiento en mi cabeza.
Su olor, sus labios...todo me atrae—. He preparado la cena. ¿Tienes hambre? —Niega y se sienta a mi lado en el sofá.

—He cenado fuera. —Mi corazón se para.
¿Y por qué no me lo había dicho?
—Te he traído algo. —Pone delante de mí la bolsita. Conozco el nombre. Lleva cinco semanas que me hace regalos de la misma joyería. Le deben hacer la ola cuando lo vean llegar.

—No hace falta que me regales algo todas las semanas. —Él se encoge de un hombro.

—¿Y por qué no? Eres mi mujer, quiero mimarte —dice y me besa los labios castamente—. Vamos, ábrelo. En la joyería me han dicho que es un modelo nuevo y muy exclusivo. —¡Y a mí que! Quiero gritarle.
Un nudo amargo se forma en mi garganta.

—Seguramente será precioso, pero... —Me vuelve a besar callándome.

—Vamos, pequeña. —Se cierne sobre mí besando mis labios—. Estarás preciosa con el puesto. —Bordea mi mentón hasta mi oído y muerde el lóbulo. He... he perdido el hilo—. Solo tienes que decir; Gracias, me encanta. Eres el mejor marido del mundo —dice imitando a una mujer y yo me echo a reír.
Me encanta cuando está de tan buen humor.

—Vale. Gracias, Christian me encanta. Eres el mejor marido del mundo. —Él ríe y se vuelve a cernir sobre mis labios, y sobre mí cuello, y mis pechos...y, oh...Estoy perdida.

Una joya por cada vez que quería hacer el amor conmigo.
Cierro los ojos mortificada cuando pienso que no debí dejar que hiciera eso. De hecho, muchas de esas joyas aún siguen sin estrenar en el joyero.

—Hemos llegado, Ana. —Su mano coge la mía y la levanta para besarme el dorso.
Suspiro.
De oca a oca y tiro porque me toca.
¿Cuánto le durará el buen humor?
—¿Estas nerviosa? —me dice en voz baja. Asiento—. Yo estaré a tu lado. —Me da un apretón suave en la mano—. Vamos a pasárnoslo bien, ¿de acuerdo? —¿Pasarlo bien?
Sonrío y asiento.
Él me devuelve la sonrisa y vuelve a besar mi mano.
Bajo del coche haciendo acopio de la poca elegancia que poseo y haciendo soberanos esfuerzos por no caerme con estos tacones.
Por un momento un millón de luces y flashes me ciegan.
¿Qué coño es esto?
Escucho mucha gente que habla, pero no logro entender que dicen. Hay un montón de reporteros con sus cámaras y móviles.
Christian aparece a mi lado y me rodea la cintura. Inmediatamente me relajo y le sigo por la lujosa alfombra ignorando las preguntas de los reporteros.

—Señora Grey. Es para Vogue. Por favor, solo unas de su vestido —me dicen.
Qué vergüenza.
Christian me mira con una bonita sonrisa y me besa la cabeza dando su aprobación.
Asiento a la reportera y me coloco bien el vestido para que se vea bien por detrás.
Levanto la mirada y sonrío al montón de cámaras que me ciegan.
Me llaman de varios sitios de la hilera de periodistas y tras pasear la mirada y la sonrisa por todo ellos les doy las Gracias con educación y vuelvo junto a mi marido con un nudo enorme en el estómago.

Todas las cosas que nunca te dije.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora