Casilla de salida.

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Entro en casa y el olor de la cena inunda mis fosas nasales.
Por un preciado minuto pienso que es mi mujer la que está cocinando para mí.
Ana cocina como los ángeles y más de una vez, las cenas que había preparado para mí han ido intactas a la basura.
Que idiota.
Aún me sorprende que no me haya echado de casa.
No hables muy alto.
Echo un vistazo hacia la cocina y veo a Gail, el salón está vacío así que mi esposa debe estar para variar en su habitación.
La maldita habitación de invitados donde se ha trasladado para hacerme sufrir.
Las noches sin ella son eternas, y frías, y...
¡Basta ya de lloriquear!
Gruño.
Toco la puerta una vez y abro esperando encontrarla tumbada en la cama mirando al vacío, pero, para mi sorpresa, hoy, no está bajo las sábanas.
La cama está hecha y la suave y seductora melodía de Russian roulette de Rihanna sale del baño.
Antes siquiera de saber que hago mis pies de mueven hacia la estancia continua y abro despacio la puerta encajada.
Contengo un gemido al verla en ropa interior negra inclinada hacia delante untándose crema en las piernas.

"Que esté aquí, significa que no todo está perdido."

Canta la canción.
Mi polla se endurece con violencia y el corazón me martillea en el pecho.
Dios santo.
Es la mujer más espectacular que haya visto en mi vida.
Cierro los puños con fuerza conteniéndome para no abalanzarme sobre ella y follármela. Aquí y ahora. Ya.
Obligarla.
No.
¿Quieres cagarla más?
Respiro hondo y ella se vuelve hacia mí y me mira sorprendida. Sus maravillosos ojos enormes y brillantes viajan de mis ojos a mis manos.

—E...esto es para ti —balbuceo.
Mierda.
Relájate. ¡Por el amor de Dios!
Le tiendo la enorme caja rosa claro con un lazo plateado que guarda tres docenas de rosas blancas perfectamente alineadas.
Los regalos siempre aplacan el enfado de las mujeres, ¿verdad?
Ella la mira escéptica pero finalmente la coge y la pone encima del lavabo para abrirla.
Dios mío, está para comérsela.
Del pelo mojado le caen gotas de agua sobre sus pechos y mi mirada se pierde en las protuberancias firmes que se realzan a la perfección con ese sujetador de encaje negro a juego con unas minúsculas bragas de encaje que no dejan nada a la imaginación. Nada.
Quiero morirme.
Fóllatela; me tienta el monstruo.
No.
Pues huye.
Suspiro.

—Son preciosas, muchas gracias. —Las acepta sin emoción y vuelve a ponerse en la misma posición para seguir hidratándose la piel.
Se me seca la boca al ver ese culo.
La respiración se me acelera e impulsado por la necesidad imperiosa de ella me acerco y le sujeto las caderas. Ella se incorpora lentamente casi rozándose con mi erección que tiene vida propia y amenaza con echar la puerta abajo.

—Ana —me inclino y le hablo al oído—, te echo de menos, preciosa. —Si tengo que rogarle, lo haré.
Embriagado por su aroma, la música y cachondo hasta rabiar, me inclino y le beso el cuello.
Cierro con fuerza los ojos y aprieto las manos en sus caderas pidiéndome paciencia.
No la cagues.

"Sé que puedo pasar la prueba."

Sigo la canción.
Ella está tensa, pero desde mi vista panorámica veo como su respiración se altera, el pecho le sube y baja y aprieta los muslos haciendo fricción en su monte de Venus, mi segundo hogar.
Rodeo su cintura con mis manos apretándola contra mi erección.

—Christian. —Se remueve girándose y clavando su mirada nublada de deseo y tristeza en mí.
Oh, Ana.

—No pienses, pequeña. —Me cierno sobre su cuello dispuesto a chuparle la sangre si es necesario. Esta mujer es una droga para mí y yo soy dependiente. No vivo, no funciono, muero lentamente—. Te necesito, Ana. —Muerdo con suavidad el lóbulo de su oreja y ella gime bajito, lo siento en todo mi cuerpo.
Suelto el aire con los dientes apretados, casi consigue hacer que me corra.
Ninguna mujer ha tenido ese efecto en mí.
Acuno su cara y la miro.
Jamás podré olvidar su mirada de decepción y dolor en sus hermosos ojos.
—Te quiero, Ana. —El corazón me late con fuerza lleno de miedo, pero no es más que la verdad.
Quiero a esta mujer.
Sus ojos se llenan de lágrimas y niega.
—Pequeña, te quiero. —Solloza partiéndome el corazón. El pedazo de corazón que ese viejo no destrozó y que está intacto, late y vive por esta mujer.

—No...

—Sí, Ana. Ha sido así todo el tiempo, desde que te conocí. —Vuelve a llorar.

—Me has tratado como si fuese un mueble, me has traicionado, y, ¿ahora me dices que me has querido siempre? —dice incrédula y enfadada entre lágrimas y yo siento como si me diera una fuerte patada en el estómago. Toda nuestra aura sensual se disipa rápidamente.
—¿Crees que después de lo mal que me lo has hecho pasar todo se arregla con unas flores y un "te quiero"? —Se seca las lágrimas con el dorso de la mano.
Me quedo callado.
¿Qué puedo decir?
Pensaba que le gustarían las rosas.
—Sí, eso es exactamente lo que pensaba —murmura otra vez con la decepción pintada en su hermosa cara.
Me rodea para salir del baño dejándome allí plantado, sin saber que hacer, sin saber que decir.
Todo iba bien...
Eres un imbécil.
No sé cómo hacer esto. Yo no sé nada de amor.
Salgo tras ella y me quedo sin aliento cuando la escucho llorar.
Atreviéndome a que me dé una patada en las pelotas y nos deje sin herederos la abrazo.

—Ay, preciosa, siento tanto hacerte llorar. —Le beso el pelo y ella se gira y me rodea con sus brazos la cintura—. ¿Qué puedo hacer para arreglarlo? —Acuno su preciosa carita de muñeca de porcelana entre mis manos y envalentonado le beso brevemente los labios.

—No lo sé —susurra.
Apoyo mi frente en la suya y cierro los ojos.
¿Qué puedo hacer?
Necesito recuperarla.
Necesito a mi esposa de nuevo.
Necesito reconquistarla. Volver a ganarme su confianza. Haré que me ame.

—Ven, vamos a la cama. —La llevo y le abro las mantas para que ella se tumbe y la arropo. Le beso la frente con cariño—. Hasta mañana, Ana —susurro en su frente y me incorporo. Lucha por mantener los ojos abiertos, un gesto que me produce una infinita ternura.
Otro sentimiento nuevo que solo he experimentado con ella.
Apago la luz de la habitación y cabizbajo me meto en la nuestra.
Todo está tan desestructurado.
Ella no me ha dicho que me quiere, eso me ha dolido, pero sinceramente, sabía que no lo diría. Ella no me quiere a mí.
Nunca me ha querido.
¿Cómo iba a querer a un monstruo?
Me siento como los primeros días que ella llegó. Cada uno en una habitación.
Pese a que yo conocía muchas cosas de ella, éramos como dos extraños.
La siento tan lejos de mí.
Yo no tengo ni idea de enamorar a una mujer, pero por ella soy capaz de lo que sea.

Todas las cosas que nunca te dije.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora