Capítulo 9

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La mañana pasó sin más, cantando e interpretando sus propios temas. Alfred le cantó todo su nuevo disco al igual que hizo Amaia. Ambos parecían estar súper a gusto con la compañía del otro y eso se notaba en el ambiente.

La gota fría continuaba afuera y estaban encerrados en la casa por tanto, decidieron hacer algo de comer.

'Filete empanado' propuso la pamplonica mientras sacaba la harina, los huevos y el pan. El catalán lo aprobó mientras buscaba algo de verdura con la que acompañar la carne.

Mientras una batía los huevos y empanaba los filetes, el otro cortaba y asaba las verduras. Estaba casi todo listo, ambos habían sabido coordinarse a la perfección y a Alfred le cundió más el tiempo que a Amaia que aún le quedaban dos filetes por empanar y freir.

- ¿Te ayudo? - propuso el joven mientras se acercaba a ella. Por fa - le respondió la chica con una sonrisa.

Alfred cogió el filete, lo pasó por el huevo y después por la harina para finalizar con el pan rallado y colocarlo en la sartén. Pero su codo no estuvo tan coordinado como él. Cuando su cuerpo regresaba a por el siguiente trozo de carne, el codo izquierdo empujaron en plato donde estaba la harina, con tan mala suerte que se deslizó por el banco y se desequilibró.

Alfred, y su acto reflejo, acudieron de inmediato a por él, pero la mala suerte se hizo de notar y toda la harina se coló en la cara y el pelo del joven, o casi toda.

La risa de Amaia resonó por toda la casa, pues parecía un circo en vez de una cocina y Alfred le parecía muy gracioso todo de blanco. Colocó su mano en el bolsillo y sacó una moneda:

- Toma, ahora muévete, mimo - ordenó antes de volver a explotar en una carcajada

La risa hacía que no viese nada, los ojos le lloraban y el estómago de dolía por esta. Hasta que notó que, al abrirlos, no veía bien. Los frotó y miró sus dedos, estaban blancos, rozó su cara y de ella cayó polvo blanco, era evidente, Alfred había terminado el plato de harina en su rostro.

De la vista de sus manos pasó a la cara del chico que la miraba serio mientras sacaba algo de su cartera, un billete:

- Ahora, muévete tú, mima - espetó antes de comenzar los dos una risa totalmente exagerada que hubieran escuchado hasta los del final de la calle.

- ¿Pero, tú? ¿cómo has podido? - dijo con un tono infantil la chica mientras intentaba retirarse la harina del pelo.Se me escapó - se justificó él muchacho.

'Ahora verás' pensó Amaia antes de coger el plato del huevo que había sobrado

- Bienvenido a los juegos del hambre, que la siempre esté siempre de tú parte - pronunció antes de intentar volcar el plato que sostenía por encima suya.

De nuevo, el acto reflejo del chico ganó la batalla y consiguió parar a la joven. Ambos se miraron a la cara de forma desafiante.

- Esto es la guerra - concluyó Alfred antes de forcejear con ella.

Amaia quedó retenida entre los brazos de Alfred pegada su espalda a su pecho mientras sostenía aún el plato dirigido por él. Y, lamentablemente vio cómo, poco a poco, el chico se lo vació entero encima de ella. Ya no había marcha atrás, la guerra debía continuar.

La joven se separó de inmediato y se ofuscó delante de un chico que no paraba de reir. Muy enfadada cogió el plato del pan e intentó tirárselo encima, con tal mala suerte de que este cayó al suelo y no tocó ni un centímetro del chico. Así, este intensificó más la risa que duró unos cinco minutos, mientras Amaia retiraba la comida del fuego y se hacía la indignada.

Trato hecho | ALMAIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora