La cerradura se abrió dejando entrar a dos cuerpos llenos de sentimientos pero, sobre todo, de miedo. Alfred y Amaia cruzaron la puerta del apartamento de esta con otra intención de la que en verdad sería.
La chica encendió la luz tras explicarle a él que no le importaba que pasase allí la noche, y que el sofá era muy cómodo, ya estaba acostumbrada a dormir allí por las infinitas noches que le ha vencido el sueño componiendo.
Se acercaron al comedor tras pasar la entrada y allí encontraron una gran sorpresa, el sofá estaba empapado, pues había una gotera enorme en el techo de la chica. Ambos se miraron y después corrieron a apartar el sofá de allí, la pamplonica fue a por un cubo y lo puso debajo de la gotera para que recogiese todo el agua.
Estaban quietos, de pie, frente a frente, mirándose, pues no esperaban tal percance, ahora sólo había una cama, pero muchas sensaciones en común.
- Amaia, si quieres puedo ir a un hostal, de verdad - dijo rompiendo el silencio el catalán.
- No seas bobo, de verdad, Alfred, tengo un saco de dormir perfecto - intentó tranquilizar al chico.
- ¿Que piensas dormir en el suelo? Ni te flipes, ¡tú duermes en tu cama! - afirmó el chico mientras daba dos pasos hacia ella.
Aún había una distancia prudente entre ambos cuando la joven preguntó:
- Y tú ¿dónde duermes?, listo - dijo retando la mirada mientras se cruzaba de brazos.
- En la cama también - espetó mientras daba otro paso, rompiendo de esa manera poco a poco esa distancia que había entre ambos - es de matrimonio, ¿no?. Además, ya somos adultos - dijo intentando sonar lo más convincente posible.
- Ya somos adultos - repitió en voz alta Amaia mientras bajaba los brazos - anda sígueme, voy a dejarte algo de pijama.
Indicó al chico mientras caminaba haciéndole un gesto con la mano para que le siguiese. Empezó a sacarle camisetas, a ver si alguna le venía buena, pero todas eran demasiado pequeñas, paró a pensar y recordó que tenía una de cuando fue a ver El Rey León, el musical y no había otra talla que la XL.
- ¡Buala! - exclamó llamando la atención de la chica - esta camiseta es una pasada, y creo que me viene, aunque esté sucia me da igual Amaia, creo que dormiré con esta - afirmó mientras se la ponía por encima.
La chica lo miró horrorizada, esa camiseta no era suya y no estaba sucia por ningún motivo. Esa camiseta pertenecía al último chico que pasó por esa cama y esas manchas se deben a una noche loca con chocolate de por medio. Esta se acercó a Alfred y de un zarpazo se la retiró, no le gustaba que quedase rastro de nada de lo que hacía ni de nadie que pasaba por esa casa, pero la camiseta no llamó su atención y no la retiró a tiempo.
- ¿Qué haces? - preguntó atónito el joven ante el comportamiento extraño que había tenido la chica.
- Nada, no es mía, ahora te buscaré otra - confirmó mientras iba a la cocina a tirarla a la basura.
A Alfred no le gustó ni un pelo esa reacción, se olía hacia dónde iba ese pensamiento y no le sentó nada bien. Al volver ella trató de hacer la misma cara, que no se notase que se había picado, pero eso era imposible, Alfred estaba molesto y tampoco sabía muy bien por qué.
- Toma esta camiseta - dijo tendiéndole la que buscaba para, tras eso, darse la vuelta y dejar que este se cambiase.
La chica pidió permiso para entrar al baño y este se lo cedió. Mientras Amaia repasaba una y otra vez la noche de hoy escuchó sonar el móvil de Alfred y la conversación con Aroa.
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Trato hecho | ALMAIA
أدب الهواةAmaia y Alfred son dos jóvenes músicos que llevan cinco años sin verse. ¿Qué pasó para que todo se fuese al garete? Un contrato. Ahora, vuelven ambos con más caña que nunca, para dar guerra. Amaia está triunfando en Los Ángeles, bajo un pseudónimo...