Epílogo 3/3

856 74 25
                                    

Las lágrimas no paraban de rodar por sus mejillas. El silencio reinaba por parte de todos los asistentes y solo hablaba la persona con la toga hasta el suelo. Amaia abrazó con fuerza a la pequeña Alba que estaba tranquilamente dormida y dio un suave beso en su frente, ella le daba el empujón que necesitaba en todo esto ya que, había una parte de Alfred en ella.

No solo genéticamente, Alba era una niña con la tez blanca y el pelo completamente negro y rizado. Tenía los dedos larguísimos, de pianista y una entonación cuando lloraba alucinante. Además de los ojos rasgados que cuando sonreía se achinaban y una purpurina en su miradas hipnotizante. Pero, no solo eso, bajo su ojo izquierdo y en el lugar exacto en el que su padre la tenía, había una pequita diminuta que hacía a la pamplonica volver a revivir mil recuerdos cuando la acariciaba.

'Lo que dio de sí el dichoso destino' pensaba cada vez que la miraba.

Ella sabía que todo esto sería muy duro pero también sabía que lo iba a hacer, iba a salir adelante por la criatura y por Alfred.

Y, es que, él tenía toda la razón. Cuando terminó de leer la última frase de la carta y la cerró, sentía que se moría, que no podría levantar cabeza, que estaba en un callejón sin salida, en la noche más oscura que había vivido nunca hasta que llegó el rayito de luz que daba paso al amanecer.

La puerta se abrió y dejó ver a Javiera sujetando a una cosita minúscula acurrucada en una manta, Alba ya había hecho amanecer el día de Amaia trayendo la luz y la esperanza necesaria para poder afrontar todo lo que se le había venido encima.

Amaia la observó, no creía que un ser tan diminuto y frágil estuviese a su cargo.

'Madre' era un título que le quedaba demasiado grande pero, viendo su rostro iba dejando poco a poco atrás esos miedos que le comían por dentro.

- Es preciosa - susurró mientras caía una lágrima de emoción por su mejilla.

- Lo es, y es tuya - dijo emocionada su madre mientras se la dejaba en brazos.

Por un momento, el tiempo se paró, no sentía dolor, no sentía vacío, tenía todo lo que necesitaba entre sus manos. Sentía y sabía que Alfred estaba allí, protegiéndolas a las dos y cuidando de ellas.

- Se parece tanto a él - sorbió la nariz mientras acariciaba la pequeña peca que lucía en su pómulo.

- Habéis hecho muy buen trabajo. Amaia, te juro que no he visto cosa más bonita en mi vida - le confesó su madre mientras depositaba un suave beso en su frente - estoy muy orgullosa de ti y de él, habéis demostrado ser muy valientes - dijo mientras limpiaba las lágrimas de la joven que caían sin remedio.

Se fundieron las tres en un abrazo tan duradero que no se dieron cuenta cuánto llevaban así hasta que unos toquecitos en la puerta las devolvió a la realidad.

Un adelante salió por parte de ambas mientras se separaban y veían, atentas la cabecita de Xus asomarse por la puerta.

La culpa volvió a inundar a Amaia cuando vio el reflejo del dolor en sus hijos, había perdido a su hijo por su culpa y aún así se dignaba a pasar por su habitación con un ramo de flores junto con Alfredo, el corazón de esa familia no tenía precio.

- Amaia, cariño - se acercó la mujer con prisas al ver la reacción de Amaia al verlos.

La muchacha había agachado la cabeza y comenzado a llorar desconsoladamente.

- Lo siento, muchísimo - dijo como pudo mientras levantaba su cabeza para ver los ojos llorosos de la abuela de su niña.

- No debes sentir nada, ¿me escuchas?, nadie más que unos padres saben lo que se da por un hijo, incluso la vida y ambos habéis sido igual de valientes por la pequeña. Se me llena de pena el corazón de pensar todo lo que has tenido que sufrir sola. A nosotros no nos tienes que pedir disculpas, te lo aseguro - sentenció la mujer mientras abrazaba a una Amaia desconsolada.

Trato hecho | ALMAIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora