Cinco

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Cuando pongo pie por primera vez en en Inglaterra —ya que la primera vez no sabía caminar— lo primero que hago es barrer el aeropuerto con la mirada

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Cuando pongo pie por primera vez en en Inglaterra —ya que la primera vez no sabía caminar— lo primero que hago es barrer el aeropuerto con la mirada. 

Hay muchas personas, nunca había visto tantas en un solo lugar, aparte de las películas. Todas se visten diferente, su apariencia es diversa y puedo ver que todos son de clases sociales distintas.

El aire está lleno de varios aromas, algunos agradables y otros no tanto. Siento que me cuesta respirar, aquí no hay aire puro porque hay contaminación. Hablando de, todo está lleno de gérmenes. He hecho un ensayo sobre un documental que hablaba sobre los gérmenes que hay en lugares públicos y eso hace que me sienta en un campo de minas.

Un guardaespaldas nos guía a través del aeropuerto hasta llegar a nuestro vehículo. Trato de no alejarme de mis padres porque son las únicas personas que conozco en toda la multitud.

Me siento pequeña. Nunca he estado en un lugar tan lleno de tecnología, personas, aromas y colores. Nadie se molesta en verme por más de dos segundos porque para ellos yo soy solo una adolescente que anda con su familia.

Durante todo el transcurso desde el aeropuerto a la casa yo veo por la ventanilla la ciudad. Hay tantos edificios de tantas formas. Hay personas caminando, otras corriendo y unas cuantas paseando perros.

Me maravillo al ver a los canes. Nunca había visto uno en persona y se ven tan reales. Todo se ve tan real que me siento como si estuviera en una película que tratara sobre mí y la primera vez que estoy en contacto con el mundo.

Lo que puedo ver es que todo está lleno de defectos. Hay edificios abandonados, vagabundos, personas enfermas o con discapacidades, hay perros callejeros y muchas cosas que me hacen recordar que el mundo no es un lugar perfecto.

Los maestros me advirtieron que el mundo no es un lugar tan bonito y me aconsejaron que, a pesar de todo lo negativo, que le viera el lado bueno a todo.

La casa de mis padres es enorme, es una mansión. Supe que era nuestra desde la distancia porque he visto fotos de esta previamente.

Acepté quedarme un día tras tanta insistencia de parte de ellos para que tengamos un tiempo de «calidad» juntos.

—Hogar, dulce hogar —canturrea mamá una vez entramos.

Me siento extraña, espero acoastumbrarme. Ambos me guían a lo que sería mi recámara. Todo es amplio, pero no tanto como la base de la isla.

Las paredes de mi nueva habitación —temporal, me atrevo a decir— son de color blanco y gris claro. Hay una cama queen size moderna y un tocador negro.

—Contratamos a un diseñador de interiores para que la decore. Mira, este estante es hermoso —señala mamá—. Lo mandé a hacer especialmente para ti porque supe que te gusta la lectura.

—Gracias, mamá. Pero no me quedaré mucho tiempo aquí—. Le recuerdo dándole una sonrisa de disculpa.

—No —se queja con una expresión de tristeza—. Querida, nunca hemos pasado tempo juntos. Quédate, por favor.

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