Capitulo 24

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Salí con mis cigarros, billetera, celular y aquel encendedor rosado que tantos recuerdos me había traído alguna vez, pero que ahora no representaba más que un pasado lejano que no parecía recordar con tanta profundidad como antes.

Le pregunté a la misma chica de la recepción, que hablaba atareadamente por teléfono, el lugar donde se encontraba el bar y luego de un par de indicaciones y de preguntarle a otra mujer que trabajaba allí, llegué a una amplia sala, de paredes altas y amplios ventanales, a través de los cuales se podía ver una gran cantidad de luces y autos transitar por las calles. No quise mirar hacia abajo, la verdad es que sufro de vértigo y estaba en el piso 16.

Di una segunda mirada al lugar. Realmente era fastuoso. Al entrar me dio la bienvenida una mujer vestida y maquillada como una geisha. Era sorprendente ver su sonrisa y sus facciones perfectamente delineadas con aquel pálido maquillaje, que resaltaba sus rojos labios, junto con las coloridas y hermosas telas que componían el kimono que traía puesto. El bar era enorme y con finos asientos cubiertos de cuero, frente a los cuales había sillones con mesas de centro, rodeados de esculturas y vasijas, que parecían cada una más fina y elegante que la anterior. En los muros había cuadros de hermoso diseño oriental, rodeados por una especie de luz tenue y en el costado izquierdo, había una especie de cocinería, que por la decoración típica, parecía tener sushi. Recordé que según la chica de la recepción, había 5 bares en el hotel y cada uno tenía una ambientación típica. Probablemente, por el tipo de sillones, cuadros, lámparas y vestimenta de las personas que atendían, tanto como por la geisha, estaba en un sushi bar o algo así.

Tenía algo de hambre la verdad. Luego de mi improvisada desaparición de la cena grupal y del insípido pan que había comido antes de dejar Konoha, mi estómago estaba más que vacío.

Caminé, bajo la atenta vista de un grupo de hombres que bebían alrededor de una mesa, mientras parecían conversar y reír a carcajadas. Finalmente, encontré una mesa con un sillón pequeño al frente y me senté. De inmediato, una chica vestida con un traje japonés blanco, y el cabello tomado en un tomate con dos palillos atravesados, me trajo un menú. Le señalé que vería y luego pediría mi orden, no sin antes consultar si se podía fumar en aquel lugar, ya que pese a que me habían dicho que sí abajo, no veía a nadie haciéndolo. Su respuesta fue positiva, así que pensé en darme un gusto, aunque fuese con algo tan absurdo como tomarme un ligero trago y comer algún plato suculento, idealmente lleno de arroz para satisfacer el pozo sin fondo que tengo por estómago.

Abrí la carta, que era de madera tallada. Sí, no estaba loca. Habían tallado madera con el menú y los precios de los distintos platos y tragos que servían en el lugar ¿Qué clase de hotel era éste? Jamás había visto algo así.

Me dio una especie de mareo al encontrarme con el kushiyaki y ver el precio al lado: 80 dólares las 6 piezas… ¡joder! Eso no me llenaba ni ¼ de mi enorme panza… ¡cómo deseé en aquel momento estar frente a un McDonals! Sé que no es sano, sé que engorda y todo eso, pero es que siempre que voy quedo tan pero tan satisfecha y la verdad, no estoy dispuesta a pagar 80 dólares por un microplato. Nunca he entendido ese aspecto de los lugares lujosos… creen que mientras más vacío esté el plato es mejor y es más elegante ¡maldición!

Pensé un par de minutos en irme, después de todo no sería la primera vez que saldría de un lugar porque superaba mi tolerancia económica, pero quería fumarme un cigarro tranquila y descansar un poco de la presencia de la idiota de Amari, así que opté por pedir sake. No recordaba cuando fue la última vez que lo bebí, pero debió ser hace mucho mucho tiempo y además, dentro de la enorme lista de cosas que tenían, no era el más caro.

La chica llegó con una bandeja de madera oscura, sobre la cual había un pequeño plato con unas galletas con una salsa a un costado y dos recipientes: uno largo y otro que tenía aspecto de vaso más pequeño y que, en efecto, lo era, pues tomó lo que era la jarrita y le echó hasta un nivel medio.

Mal pronósticoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora