capítulo diecisiete

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Estoy en mi sala común, sentada en unos de los sillones leyendo un libro sobre Herbología. No es que me apasione la asignatura, pero los árboles carnívoros han conseguido captar mi atención.

—Antes he intentado convencer a Peeves para que me dijera con quien irá Draco Malfoy al baile de Navidad pero me ha dicho que no sabe nada —dice en voz baja una chica a su amiga, ambas están sentadas en un amplio sofá a mi derecha—. Yo creo que irá con Pansy, pero nunca se sabe porque él tiene la suerte de poder permitirse a cualquiera.

Creo que no se han percatado de mi presencia así que aprovecho y me entero de los rumores que corren por la escuela. Mi libro permanece abierto pero ya no estoy leyendo, creo que el comemoscas puede esperar.

Las miro disimuladamente y puedo ver que son las mismas que en el partido de quidditch dedicaron algunos piropos a Draco. La que no ha hablado lanza un exagerado suspiro y responde a la otra:

—Ojalá el Príncipe de Slytherin me invitase a mí, pero se ve que no le van mucho las de Ravenclaw.

Me aguanto la risa tapándome la boca con mi mano. Cierro el libro con una fuerza desproporcionada y ellas se giran asustadas. Pido perdón como si no hubiera oído nada y me voy con una sonrisa. Si ellas supiesen con quien me veré ahora...

Abro la puerta y encuentro a Cho subiendo las escaleras. Le dedico una sonrisa y le digo que tengo prisa.

—No te entretengo más, dragona —dice ella poniendo énfasis en la última palabra y me guiña el ojo.

Los de Ravenclaw me llevan recordando lo del patronus desde que pasó y yo me sonrojo cada vez que hablan de ello. Creo que nada en la vida me dio tanta vergüenza como cuando vi la forma de mi patronus, todo el mundo entendió su significado y lo relacionó con Draco.

Harry y Ron se indignaron bastante al principio pero ahora parece que lo aceptan, y eso ya es mucho. Jacob solamente me dirigió una mirada apenada, aún no hemos hablado.

Sigo bajando las escaleras y me encuentro a Draco al final de ellas. El rubio está apoyado en la pared de forma desenfadada, con confianza. Sus duras facciones contrastan con su tono de piel, pálido como la nieve, y hacen que su rostro esté en completo equilibrio.

—Draco, no deberías estar aquí, cualquiera nos puede ver —le digo fingiendo enfado, él se limita a sonreír ampliamente—. No sonrías así, que esto es serio.

Intento mantener la cara seria pero una carcajada se escapa de mi boca y él la sigue. Esa felicidad en él es francamente extraña pero me gusta muchísimo, no hay nada mejor que verle alegre.

—¿Cómo quieres que no sonría si el simple hecho de verte me ha alegrado el día entero? —me pregunta retóricamente mientras se despega de la pared para venir a buscarme y me da un suave beso en los labios—. Estoy seguro de que tú también estás contenta de verme.

Hago rodar los ojos y esbozo una sonrisa. No podía creerme que Draco fuera tan romántico pero ahora veo que no ha cambiado en nada, sigue teniendo un gran amor propio.

Vamos hacia la Sala de los Menesteres y cuando traspasamos la puerta vemos que se ha convertido en una estancia realmente acogedora, nada que ver con el otro día, aunque teóricamente venimos a hacer clase de Encantamientos. Tiene dos sofás preciosos y una gran hamaca colgada del techo; el suelo y las paredes están hechos de madera y hay unas pequeñas ventanas desde donde se puede ver el bosque, está nevando. La sala se ha habituado a la época del año y está toda ella decorada de Navidad.

Draco echa a correr y se lanza encima de la hamaca. Yo sigo sus pasos y me lanzo encima de él. El de Slytherin queda debajo de mí y nos miramos a los ojos. Siento que ahora absolutamente todo está bien en mi vida, siento que con él estoy segura y feliz, nada malo puede ocurrir.

Recorro los pocos centímetros que nos separan y unimos nuestros labios, esta vez con dulzura, sin prisa alguna. Cuando nos separamos, apoyo mi cabeza encima de su pecho y Draco me acaricia el pelo con ternura.

Miro el precioso árbol de Navidad que preside la sala, está decorado con luces que parpadean y guirnaldas rojas. Siento en mi mejilla los latidos del corazón del rubio y como su pecho sube y baja por su respiración, es todo calma.

—Oye, Draco, hay cosas que tengo que decirte —le susurro.

Me incorporo y me encuentro con su mirada gris, ahora preocupada.

Miradas [Draco Malfoy]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora