Capítulo 6| De la Batalla de Tlaxcala

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TENOCHTITLAN

MIXCOTL

Moctezuma no estaba contento, Aquellas historias que los mensajeros le trajeron eran cada vez más sorprendentes. Le habían contado sobre los hombres con armaduras de metal que navegaban en cerros por el mar, que tenían lanzas que disparaban fuego, chispa y hierro. Y que montaban grandes ciervos sin cornamenta. Y los dioses eran de colores tan pálidos como la nieve y otros de tez más oscura como la noche misma. Así mismo llevaban perros de guerra y grandes troncos de hierro hueco desde los que lanzaban metal y fuego.

--¡Han oído eso! —exclamó Moctezuma. Mientras sentado en el trono sin patas movía frenético la copa con chocolate espumoso.

--Las historias de extranjeros en las costas no es nada fuera de este mundo. —respondió Mixcotl. –Los mayas y los lacandones ya se habían enfrentado a ellos.

De todos los presentes, el que se encontraba más nervioso era el rey de Iztapalapa Cuauhtláhuac. Cuauhtémoc parecía tener una gran curiosidad por aquellos hombres. Y el único que no parecía asombrado por estos extraños era el Sumo Sacerdote Tezomoc. Quien parecía bastante relajado con la situación.

--Hermano. Da la orden y reuniré a un gran ejército. —dijo Cuauhtláhuac. —Expulsaremos a estos extranjeros de nuestras tierras y socavaremos la rebelión de los totonacas.

--¡Sí!—exclamó el joven Cuauhtémoc. —Apoyo la moción de mi tío. —Hay que expulsarlos antes de que se adentren más.

Moctezuma se hallaba vacilante e indeciso. Mixcotl veía al hombre, aunque por fuera se viese como un hombre estoico, En su interior había un mar tormentoso. No sabía qué hacer con respecto a ese hombre.

--Alteza. —dijo Tezomoc.—No hay necesidad de guerra. –¿Que no ve que estos son tiempos de regocijo?

--¿Tiempos de regocijo? —preguntó Moctezuma.

--Estos extraños son nada menos que dioses. —dijo Tezomoc.—Y su líder, este hombre llamado Hernando Cortés es la encarnación de nuestro dios Quetzalcoatl.

--¡Imposible! —exclamó Mixcotl.

--Abran sus mentes. —dijo Tezomoc. —El hombre vino del mar, justo donde desapareció nuestro dios Quetzalcóatl hacía tantos años.

--Mató a uno de los nuestros. —dijo Mixcotl. —¿Porque Quetzalcóatl se uniría a los totonacas?

--Por qué esta encolerizado. —dijo Tezomoc.

--¿Qué podría hacer a Quetzalcóatl para que estuviese enojado con nuestra gente? —preguntó Moctezuma.

--Porque nos olvidamos de él y comenzamos a adorar a Huitzilopochtli, y le dimos sacrificios de sangre cuando Quetzalcóatl abolió antes de exiliarse que no hiciéramos sacrificios. —dijo el Sumo Sacerdote.

--¿Entonces si dejamos de adorar a Huitzilopochtli y dejamos de sacrificar a los prisioneros, será suficiente para para calmar la cólera de la serpiente emplumada? —preguntó Moctezuma.

--¡No! —exclamó Tezomoc.—No nos conviene enemistarnos con el resto de los dioses. Huitzilopochtli nos ha dado su bendición para hacernos un gran imperio. Y la reina de la tierra Cuatlicue necesita la sangre para hacer crecer fuerte el maíz en nuestras chinampas y terrazas. Y si nos enemistamos con Tláloc podría hacer crecer las aguas del lago y engullir a toda la ciudad. –Dijo el sumo sacerdote. --No podemos dejar los sacrificios. Pero podemos apelar a la muy conocida misericordia de Quetzalcóatl.

AGNOSIA de 2 MundosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora