Capítulo 7| De Secretos, problemas y sueños

12 0 0
                                    


1519

TLAXCALA

GUILLERMO

La luz del fuego calentaba poco el espíritu acabado de los hombres. A pesar de haber estado muriéndose de calor hacía unos cuantos días. El clima boscoso era frío. Las armaduras de cuero proporcionaban un poco mas de calor. Mismas que la unidad de arcabuceros estaban maldiciendo hacía unos pocos días atrás.

 Había 24 fogatas a lo largo del cerro. En las faldas se había asentado los nativos totonacas. Y en el medio los rodeleros y la caballería, así como esclavos y nativos caribes que Cortés había ya sea robado de las fincas u comprado a marineros y demás hombres. 

Otros decían que eran sus mismos nativos de su hacienda en Cuba los que había encadenado una mañana y obligado a zarpar para hacer ver su escuálida expedición un ejército conquistador. Y finalmente en la cima se encontraba Cortes y sus capitanes junto a la artillería.

Guillermo no podía evitar reír con aquel pensamiento. Noches frías como esta le recordaban el interior del Castillo de San Angelo en Roma. Las frías y olvidadas celdas de la prisión personal del Papa Alejandro VI.

--Oye chaval. —había dicho uno de los conquistadores tras él. –Ven acercaos al fuego. —dijo el hombre. —Por la armadura que el hombre llevaba tenía que ser alguien de dinero, pues por el brillo y sin los golpes o rayas en ella no podía ser de un soldado curtido en combate. Sin embargo, Guillermo tenía que admitir que podía engañar fácilmente a los demás militares y a los demás muchachos.

Guillermo se acercó al fuego. Pudo reconocer solo a uno de los hombres que se encontraban ahí. Carmelo Vivar. Mientras que del grupo había un hombretón de larga barba anaranjada. y un pequeño hombre. a un hombre viejo y al hombre de cabello rubio que era el amigo de Carmelo. También había un hombre con una armadura hecha con partes de otras armaduras. Algunas le quedaban muy grandes y otras muy pequeñas.

--Aquí está la banda.—dijo el hombre de la armadura que había invitado a Guillermo.

--El viejo aquí es Petronilo de Castilla. —dijo el hombre. —El hombretón es Santiago Castillos. El pequeño gillipollas aquí presente es Raúl. El hombre de la armadura es Adrian Navarro y estos dos son Carmelo Vivar y Miguel Rio. Y yo soy Sergio Saucedo, capitán de la unidad de Artilleros. —dijo el hombre.

--Es un gusto. —dijo Guillermo.

--Vamos amigo, no tengas miedo que no mordemos. —dijo Miguel, ven acércate y decidnos por qué razón te uniste a la expedición.—le preguntó miguel.

--¿La razón por la que me uní a la expedición?

Entonces había recordado, aquel funesto día en que vio a esa mujer. De cabello negro y ojos azules. Delgada y grácil, con grandes ojos inquisitivos. Siempre tramando algo, de rostro ovalado. La francesa. En aquel tiempo solo era uno de los tantos sirvientes que tenía Doña María de Cuellar la esposa del gobernador de Cuba.

--¿Quién es usted y porque anda revisando el correo de Doña María? —le había preguntado Guillermo a la mujer.

--Sabes, siempre me he preguntado qué clase de mujer debía ser Doña María de Cuellar para recibir correo en italiano. Y es más...este emblema. —había dicho la chica mientras miraba el papel membretado con el toro rojo. —Lo recuerdo muy bien, es el emblema por el cual mi hermano murió. Es el escudo de armas de los bastardos Borgia.

--No sé quién eres ni que quieres, pero no puede leer el correo de otras personas. —dijo el muchacho. Y le retiró de las manos las cartas que llevaba.

AGNOSIA de 2 MundosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora