Capitulo 9|Bodas, Traumas y Tributos

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TULA

CARMELO

"Cada una de ellas era mas hermosa que la anterior" había pensado Carmelo al ver las doncellas que le habían venido a entregar a Cortés, cada una de ellas vestía un vestido corto con adornos de plumas en su cabello. Era una belleza diferente a la que estaba acostumbrado. El Fray José de las Casas fue quien caso a cada uno de los hombres que Cortés asigno para que se casaran con aquellas mujeres. Ante los ojos de dios las bautizaron y la más pequeña de ellas no había de tener más de 14 años, de pechos pequeños, pero de abundantes caderas fue a la que le tocó el peor castigo. A ella la habían casado con Pedro de Alvarado, el capitán, apenas terminó su ceremonia matrimonial y el hombre la levantó y la llevo a unos arbustos para consumar el matrimonio.

La chica lloraba de dolor. Y todos los invitados yacían horrorizados, tanto que el mismo Cortés los interrumpió y lo obligó a irse a su tienda. Su nombre había sido Tecuelhuatzin pero después de su bautiza fue llamada María Luisa.

Fue una gran celebración. Los tlaxcaltecas habían traído venados, y pavo, habían hecho varias salsas de colores y cientos de frutas y verduras. Todos estaban celebrando, El capitán Pedro abrió cinco de los toneles de vino para dárselo a los hombres. Algunos de los hombres habían traído guitarras y otros usaban los mismos tambores de guerra para armonizar. La fiesta que se había llevado a cabo en aquella ciudad india.

Los indios bailaban alrededor de las fogatas, Hernando y los señores tlaxcaltecas continuaban hablando sentados en una mesa aparte sobre la vista de todos.

Los indios tocaban canciones con sus flautas y sus maracas. Y bailaban haciendo sonar los cascabeles que tenían en sus tobillos. La comida india era buena, era mejor que la avena que se habían visto obligados a comer desde que salieron de España. Los hombres de todas partes continuaban celebrando hasta ya entrada la noche.

Miguel se había embriagado tanto que cayó desfallecido en una zanja que no habían terminado. Sergio de Saucedo había entrado a una tienda con una de las indias que lew habían regalado a los capitanes. Fue cuando lo vio a Guillermo Sevila el hombre estaba mirando desde el marco de el marco del palacio la celebración. En sus manos tenía una copa con vino al que daba pequeños sorbos.

--¿Qué no disfrutas la fiesta? —le preguntó Carmelo.

--Esta no es una fiesta. —dijo Guillermo Sevila.

--¿No te fías de los indios?

--Nativos. —dijo el hombre.

--¿Qué?

--No estamos en la India. Estos hombres no son indios, son nativos. —dijo el muchacho.

--Bueno como tú digas. —respondió Carmelo.

--Nunca me gustó el vino, solo tengo esta copa por cortesía. El alcohol tiende a nublar el juicio.

Entonces Carmelo miró el cielo, una estrella roja cruzaba el cielo nocturno dejando un rastro de luz a su paso. Era la primera vez que veía algo tan hermoso. Como si fuese una señal de dios.

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EN ALGUN LUGAR DEL CIELO

CILLIAN

Andrew Marshton era el hombre que se encargaba de hacer la contabilidad de las armas. Por eso era un gran alivio que fuese él a quien le diese la nota en vez de la capitana Eneas Montesco, la cual le daba mucho miedo. Con esa severidad en la mirada. Cillian tomó la pistola y metió el cargador de las balas. Luego pulsó el botón en la galería de tiro y salieron las las dianas. Cada pancarta era la silueta de un hombre con un número de puntos en cada diana. Había una en la cabeza, y otra en el corazón.

AGNOSIA de 2 MundosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora