Capítulo 4| De Alianzas, Héroes y Reyes

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REINO TOTONACA

CARMELO

"Los hombres gordos siempre son los mas poderosos" había pensado Carmelo, El jefe de los pueblos Totonacas Chicomacátl era enorme. Obeso de piel cobriza, cabello corto que vestía con taparrabos y con una capa de plumas de colores con penacho y perforaciones de jade y oro.

El Jefe comenzó a hablar, desde su silla de leña verde con pieles de venado recubriendo el respaldo y el asiento.

--Marina, Jerónimo, venid ahora mismo y traducid todo lo que dice este indio. —ordenó El capitán General. La india y Jerónimo el apostata caminaron hasta ponerse al lado de Cortés.

--Dice el hombre que se llama Chicomacátl, y que es el gran jefe de las tribus de los totonacas.---dijo Jerónimo de Aguilar.

--Decidle esto Jeronimo, Yo soy Hernando Cortés y soy capitán general bajo el mando del Rey de España Carlos V. Venimos en son de paz.

El hombre comenzó a traducir. Carmelo miró alrededor de la gran choza del jefe guerrero. Las mujeres llevaban los pechos destapados y miraban con sorpresa a los hombres de la expedición. Los niños con curiosidad en la cara hablaban con sus madres sobre quienes eran aquellos hombres.

En medio de la choza había una hoguera cuya fumarola subía por un agujero en el techo. Un olor a hierba quemada extraño llegó a la nariz del joven español. Los ancianos ahí enrollaban hojas y les prendían fuego y luego succionaban el humo para luego escupirlo. Poco había de aquel oro en los collares y anillos de los indios. Había mucho de esa piedra negra con la que los salvajes usaban en sus armas. Y ornamentos en jade. Pero no oro.

--No lo entiendo. aquí no hay oro. —Dijo Carmelo—Ninguno de los indios más que el Jefe tienen oro .

--Es obvio que los indios lo tienen escondido. —dijo Miguel. —Solo míralos, no se puede confiar en estos salvajes, observándonos con la mirada, juzgándonos con esos ojos negros. Definitivamente han de estar tramando contra nosotros.

--No seas paranoico—dijo Carmelo. —No creo que estos indios tengan oro. Pienso que deberíamos volver a la colonia. Y comenzar a construir.

Entonces escucharon las risas del gran jefe de los totonacas. Su sequito también comenzó a reír. Las risas pusieron a Carmelo nervioso que puso inmediatamente la mano en el pomo de su espada y prestó mejor atención a lo que el capitán Cortés estaba hablando con el jefe indio.

--Dice que no existe nadie en este reino que no le pague tributo a los mexicas de Tenochtitlan.—dijo Marina traduciendo a Chicomacatl.

--Decidle entonces que les ayudaremos a liberarse del yugo azteca si aceptan una alianza con nosotros. —dijo Cortés.

--No estará hablando en serio. —dijo entonces el fraile que había sido atacado por los indios cuando desembarcaron la primera vez. –¡Estos salvajes son herejes no se puede confiar en ellos! 

--¿Si los bautizamos será suficiente para ti? —Preguntó Jeronimo de Aguilar.

--Es un inicio...--dijo el fraile.

--Deberíamos mejor matarlos a todos y mudar la colonia aquí.—dijo Pedro de Alvarado, mientras miraba con desconfianza a los indios que miraban cada uno de los movimientos del contingente de exploradores.

--Basta todo el mundo, Yo estoy a cargo, bautizaremos a estos hombres y de esa manera estaríamos confiando en cristianos y no salvajes.—dijo Hernando Cortés. Entonces el conquistador se acercó al jefe guerrero y le tendió la mano. El jefe guerrero no estaba seguro de que hacer así que Marina se acercó y tomó gentilmente la mano del jefe guerrero y la estrechó con la del conquistador. Cortés tenía una sonrisa de oreja a oreja.

AGNOSIA de 2 MundosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora