Capítulo 1

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10 de mayo de 2010

Me culparon de un crimen que no cometí.

Asesinaron a mi familia.

Yo los vi morir bajo las manos de aquel demonio personificado.

Y me culparon a mí.

Ahora me encuentro en pleno juicio, estoy bastante ausente de mis propios pensamientos.

El abogado me había recomendado que me declare culpable, para que así lograran disminuir la condena, pero claramente me negué.

Prefería pasar el tiempo que fuese necesario, hasta aclarar mi inocencia, en un lugar pútrido, lleno de almas oscuras y sucias que con seguridad se encargarían de consumir cada parte de mi ser hasta agotarme por completo y caer en abusos seguros, antes que citarme a mí misma de asesina. De la asesina de una parte de mi misma; mi familia.

Escucho bullicios lejanos intentando traerme a la realidad, pero quedan atrapados en mi inconsistente, esperando traerlos a flote y hacerles caso en algún momento.

Miro mi mano, en un intento vago de verificar que aún estoy con vida. Tengo una cicatriz de 5 cm aproximadamente de largo. En la noche del infortunio peleé sin éxito con uno de los asesinos, en un atisbo de valentía.
Ese mismo clavó un cuchillo en mi mano cuando forzajeaba, y al instante caí inconciente por un golpe en la cabeza que dejó inmóvil cada una de mis vértebras por largos minutos.

Y aquí estoy, esperando por mi condena.

Salgo de mis pensamientos en el momento en que escucho la voz rasposa y grave del juez pronunciando con demoralidad mi nombre.

-Señorita Morales, esta corte ya ha deliberado. Levantese para escuchar su sentencia -. Asentí y lo miré fijamente a los ojos. Tengo miedo de lo que voy a oír.

15 de marzo de 2018 3:35 a.m

Desperté desesperada en un intento por tomar aire y llevarlos a mis pulmones. La sensación de unas manos ásperas asfixiandome no me dejan caer en brazos de morfeo. Es esa capa oscura y pútrida de mi pasado, atormentandome incluso cuando duermo.

Muchas cosas han cambiado desde aquel día en la corte.

Desde aquel tiempo tras las rejas luchando por recuperar mi libertad, mi nombre sin manchas.

Mi vida cambió rotundamente y sin marcha atrás.

No puedo superarlo y mucho menos repararlo.

Debo volver a dormir, un largo día me espera por la mañana.

Tres horas después despierto, me levanto con algo de pereza y busco mis cosas para ponerme luego. Entro al baño, me ducho completamente. Mi mente comienza a trabajar, tantas noches de pesadillas ya no sé si es normal. Me persigue en todo momento como una nube grisácea oscura que no quiere despejarse y dejar salir el sol.

Salgo del baño envuelta en toallón, coloco mi pantalón de vestir negro y camisa blanca de mangas largas junto con mis zapatos negros. Al final de todo busco mi placa.

Soy Carolina Morales, tengo 25 años, mido 1.65, cabello negro ondulado, ojos negros y trabajo para el grupo G.E.O.F (Grupo Especial de Operaciones Federales es una unidad de operaciones especiales de la Policía Federal Argentina).
Es un grupo donde arriesgamos nuestras vidas: un peligro constante al cual nos enfrentamos cada día con valor.

Bajo hasta la cochera del departamento, subo a mí Ford Fiesta negro. Camino a mi trabajo me atropello con el clásico y pesado tránsito tradicional de la Ciudad de Buenos Aires bajo el cielo nublado tal y como me gusta.

Entro al edificio y saludo a mis colegas, veo hombres entrenando, otros hablando o discutiendo de cosas banales, hasta que llego a mi oficina y observo la gran pila de papeles a ordenar.

Ya sentada comienzo a observar cada una de las fichas fiscales que llegaron ayer. Las hojeo una por una y veo algo que llama mi atención.

Una de las fotografías del perito criminalístico plasmaba reluciente y con detalle, un cuchillo.

Ese cuchillo.

El mismo cuchillo que lastimó mi mano y por el cual tengo dichosa cicatriz.
Ese cuchillo que no solo marcó un pedazo de piel, sino que trazó un antes y un después de mi vida por completo.



Piel Condenada ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora