Capítulo 4.

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Dustin no volvió a hablar con nosotros desde que James terminó de bajar la soga, ya que minutos después se despidió de mi hermano y desapareció dentro del vestuario, al parecer ya se iba. Le resté importancia, ya que, por las palabras que habíamos intercambiado, me molestaba su presencia —además de que su magnífico torso jugaba en contra de mi fastidio—.



—¡Vamos, James! ¡No, así no! —lo aliento, o al menos eso intento, pero, de todas maneras, parece estar demasiado cansado para continuar—. Es un jab, un crochet y un uppercut, no es tan difícil.

—Tú y tus técnicas raras me carcomen la cabeza —se queja, aunque se pone en posición. 

Tira un jab con la izquierda, el cual sirve para alejarlo un poco de la bolsa que estamos usando como si fuera el otro boxeador. Sigue por el crochet, un buen golpe lateral con su brazo más fuerte —el derecho—, definitivamente James debe hacer ese golpe más seguido, no sólo porque no le sale muy bien, sino que si lo aprende a mi manera se volverá su mejor golpe. Y por último, un perfecto uppercut o el tan conocido gancho a la mandíbula.

—¡Eso es! ¡Muy bien, James! —lo felicito—. Eso es todo por hoy...

—¡Fantástico! —exclama sin dejarme terminar.

James está demasiado feliz de haber acabado. Llevamos alrededor de tres horas en el gimnasio y, por lo que se ve, él ya está agotado. Se quita los guantes, luego las vendas y guarda todo dentro de su bolso

—Toma una ducha, yo te esperaré aquí —le sugiero. 

Asiente, para luego desaparecer entre las puertas del vestuario.

No queda nadie más en el lugar, nadie más que no seamos nosotros dos. Si no hubiera estado nunca sola hasta altas horas de la madrugada en un gimnasio, todo este lugar sería terrorífico, con la escasa luz y todo tan inmóvil en un espacio tan extenso; además de que las bolsas cuelgan como cadáveres ahorcados en una película de terror.

Repito las acciones de James, me quito los guantes, las vendas y los guardo en mi propio bolso deportivo, para luego preparar una especie de mesa sobre la banca que estamos ocupando. Primero, coloco un pequeño mantel que traje por mi cuenta y, luego pongo sobre éste la pizza que James compró, aunque ya no está caliente, luce igual de apetitosa. A pesar de tener que cenar en un gimnasio todo se vuelve mejor con la compañía de mi hermano.

James vuelve minutos después vestido con la misma ropa con la que llegó. Me da un rápido beso en la mejilla a modo de agradecimiento por el entrenamiento y se sienta frente a mí.

—¿Ahora si puedo reprocharte algo? —Lo miro a los ojos unos cuantos segundos. Él odia que lo haga, por eso con más razón lo hago.

—¿Algo más por lo que quieras regañarme hoy?

—Sí. —Sonríe cómplice, como si ya supiera lo que le voy a decir—. ¿Por qué estando tu gimnasio y departamento tan cerca del mío, nunca vienes a visitarme?

—Tú también puedes venir a verme. —Se encoge de hombros.

—No intentes pasarme la culpa —Le doy un pequeño golpe en el brazo—. Yo trabajo, a diferencia de ti que lo único que haces es ganar dinero con peleas.

—También es un trabajo —Se defiende, aunque sabe que no lo digo en serio—. Está bien, prometo visitarte más seguido. ¿Feliz?

—Bastante.

Le doy el primer mordisco a la pizza y —fría o no— está exquisita. James se dedica a comer en silencio y, de vez en cuando, me darme una rápida mirada. Poco a poco la pizza se va acabando y el silencio comienza a volverse incómodo.

A los pies del boxeador [Versión 2019]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora