—Disculpa, no te vi —explica, mientras se rasca la nuca con su mano derecha, gesto que siempre hace cuando está nervioso.
—No te preocupes, venía distraída.
—¿Quieres caminar un rato? Conozco un parque a un par de calles —ofrece.
Asiento. Un poco de compañía no me viene mal y todavía tengo un par de horas antes de entrar a trabajar. Comienzo a caminar a su lado y me permito observarlo un poco, tiene la vista en el suelo y las manos en sus bolsillos, además de que su expresión no disimula la preocupación que cubre su rostro. Bruce siempre fue y será fácil de leer.
Me mira en silencio, posando sus suaves ojos sobre los míos y dejando plasmado en su iris aquel caos que lo atormenta. Le sonrío con la intensión de distraerlo por un segundo del tormento de su cabeza y agradezco que el maquillaje cubra mis nuevas marcas, no quiero que él se preocupe por ellas.
Al principio, caminamos en silencio, soltando —de vez en cuando— algún comentario sobre el calor de los últimos días y de la tormenta del viernes. Bruce está más maduro y parece ligeramente más alto, aunque no es así —su etapa de crecimiento ya finalizó hace un tiempo—; por otro lado, su musculatura está bastante trabajada, lo justo y suficiente, cosa que noté la otra noche. Sin embargo, toda su persona sugiere que ha cambiado más allá de lo físico, ha cambiado su forma de pensar y su manera de ver el mundo, actúa como si supiera exactamente lo que quiere con exactitud.
El parque que Bruce mencionó no está tan lejos como pensaba, sin embargo, nos tomó demasiado tiempo en llegar a causa de la cantidad de personas en las calles. A penas vimos una banca libre, nos sentamos. El pedazo de cemento con forma de asiento está situado en el medio del pequeño parque, cerca del sector donde juegan los niños. No puedo evitar no mirar a los pocos pequeños que trepan y se deslizan por los diferentes aparatos bajo la estricta vigilancia de sus padres. Los observo en silencio y sonrío recordando viejos pensamientos, de cuando era feliz con Bruce, de cuando estábamos juntos y pensaba que él era la paz y estabilidad que tanto necesitaba; de cuando había soñado una vida a su lado, dónde nos casábamos y teníamos tres hijos —dos niños y una niña, todos con los ojos grises de su padre—. Pero, sólo fue una fantasía, sólo un sueño de una adolescente con metas fallidas y una situación tormentosa a su alrededor. Quiero a Bruce, un cariño amistoso por los buenos recuerdos, un cariño que costaría mucho volverlo pasión, porque ambos crecimos mucho a lo largo de este tiempo. Estamos sobre otro tablero de juego, uno muy diferente al que tuvimos durante nuestra relación y mi tablero es uno que tiene muchos senderos.
Lo miro a los ojos y, por un segundo, me permito maravillarme de la mezcla del gris con algunos rayos de sol que pasan entre los frondosos árboles. La primera vez que lo miré a los ojos, cuando apenas nos conocimos, quedé impresionada por su sinceridad y es difícil no estarlo, son atrapantes.
—¿Qué tal tu semana? —pregunta, volviendo la mirada hacia los niños.
—Extraña. ¿Qué hay de la tuya? —evado tener que explicar el porqué de que haya sido una semana extraña.
—Igual. —Suspira, algo no anda bien con él. Pasamos juntos el tiempo suficiente para que pueda notarlo, si bien Bruce es una persona fácil de leer, es muy complicado conseguir que te hable sobre algún problema que lo atormente. Él es de la clase de persona que no cuenta sus cosas con facilidad, como alguna vez me dijo: contarlo sólo será darle más problemas a esa persona, tengo que poder lidiarlo.
Me permito observarlo por algunos segundos más, para luego dirigir la mirada al mismo niño que él mira; el pequeño crío de cabello rubio intenta subir al columpio y casi no lo logra, por la corta longitud de sus piernas, sin embargo, suelta una suave carcajada cuando lo hace. Algo flaquea dentro de mí, la situación le da una sacudida a mi tablero y siento que mi pieza va a desmoronarse o a saltar a un nuevo tablero. Recuerdo cómo despertamos aquella mañana, cuando le pedí que durmiera conmigo por seguridad y cómo, al despertar, él parecía un niño dormido sobre mi pecho; y, por un segundo, deseo volver a esa tranquilidad en mi tablero, una vida estable a su lado. La vieja idea de Bruce vuelve y se instala en mi pecho, mientras observo al niño reír y permito que su risa haga espasmos en mi persona.
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A los pies del boxeador [Versión 2019]
ActionÉl no es como los otros hombres que frecuentan aquel viejo bar en las afueras de la ciudad. Primero, porque usa un refinado traje que -seguramente- está hecho a medida. Además de que algo no combina con esas costosas prendas de empresario, quizás e...