Capítulo 8.

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El departamento de Bruce es bastante grande y costoso, además de que la elección de colores —entre oscuros, mayoritariamente gris y negro, con algunos detalles en rojo y blanco—. Todo está en perfecto orden, algo que es realmente sorprendente, ya que, cuando lo conocí, era un completo desastre. 

Arroja la chaqueta que acaba de quitarse sobre el sillón de la sala y se sienta sobre el posabrazos a observarme detenidamente. No ha cambiado mucho, casi nada. Su cabello oscuro está lo suficientemente largo para que él pueda meter los dedos entre las hebras, justo como está haciendo ahora. Y sus impresionante ojos grises me analizan con cautela, quizás planeando su accionar próximo. El ambiente comienza a ponerse incómodo —o al menos para mí—.

—¿Te importa si tomo una ducha? —pregunto. Tal vez, sólo tal vez, eso pueda calmarme un poco, además de que no puedo dormir sucia como estoy. 

—Hay un baño en mi habitación. —Sonríe, aunque la precaución está impregnada en sus facciones. 

Lo veo colocarse de pie, sé que me llevará a su territorio, así que me predispongo a seguirlo. La habitación es amplia —al igual que el resto del departamento— y hay un fuerte aroma a perfume, su perfume, por lo que me contengo a suspirar. Las paredes grises, simulando ser madera, las cuales tienen una apariencia armoniosa con el piso de madera oscura. Hay una  gran cama en el medio de la habitación, la cual tiene una cabecera gris y, a su vez, el acolchado gris oscuro hace juego con el resto de los colores. Mis ojos se dirigen a una puerta que está a mi derecha, supongo que es el baño, el cual tiene a su lado un armario de tamaño considerable —considerablemente más grande que dos armarios míos—. 

—Ponte cómoda. —Da un paso para atrás—. Estaré en la cocina, así tienes más privacidad. 

Quiero reír ante lo último, dado que él fue el primero en verme desnuda, pero se lo agradezco, realmente lo hago.

—Gracias.   

Sale de la habitación a paso seguro, dándome una gran vista de sus posaderas —se nota que estuvo entrenando—. Siento mis mejillas arder ante el rumbo que han tomado mis pensamientos, debería darme vergüenza. Me adentro al baño, mientras que sacudo la cabeza, tratando de borrar aquellas imágenes de su cuerpo desnudo. 

En menos de diez minutos, me encuentro bañada y con mi pijama puesto, el cual consiste en un pantalón de franela negro y una remera de tirantes celeste. Una vez vestida, decido salir en la busca de Bruce, ya que la sensación en mi pecho no parece desaparecer —pese a que, por el momento, Chad no podrá hacer nada en mi contra—. La sala está a oscuras, por lo que me aferro a la pared del pasillo, mientras que avanzo. 

—Bruce —lo llamo por lo bajo, aunque creo que está ya dormido. 

—En el sillón. —Su voz es clara, lo cual me indica que mi ex-novio no ha pegado un ojo—. Puedes usar mi habitación, si así lo quieres. 

Sonrío, él siempre fue amable y me alegra que, esa hermosa característica suya, no se haya esfumado.

—En realidad, quiero pedirte una cosa. Entenderé si no quieres o si te sientes incómodo —divago. Está mal, sé que está mal y que no debería; pero, de verdad, necesito sentir seguridad en este momento—. ¿Puedes dormir conmigo esta noche? No me siento cómoda sola.

—Claro. —Duda, sin embargo, termina aceptando.          

Veo a su gran anatomía ponerse de pie y avanza. Se detiene frente a mí y sé que cometí un error en cuanto alzo la vista hasta encontrar sus ojos, aquellos ojos grises que fueron el paraíso mucho tiempo atrás. No dice nada y tampoco se mueve, como si nos estuviéramos analizando el uno al otro. No puedo quitar mis ojos de los suyos, sobretodo cuando tiene esas sombras azuladas danzando sobre sus facciones. Tiene su torso al descubierto y, sin ser tan directa, confirmo que su piel —al menos la parte superior de su cuerpo— se mantiene sin rastro de tinta alguna. 

A los pies del boxeador [Versión 2019]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora