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Al día siguiente Viernes, 30 de noviembre, ALex había salido a la tienda para comprar algo de desayuno antes de que el rubio despertara.

Al llegar notaba que este seguía dormido y con su ropa en la secadora, ya que en la noche la había dejado a lavar, semi desnudo,  casi sin la sabana Alex miraba su formado cuerpo... Cuando salía de la habitación caía al suelo desplomándose, su rostro casi ardía por lo que había imaginado. Iba a la cocina y preparaba algo de huevo, pan tostado y leche, ya que tenía prisa; iba a destar a Sebastian el cual tenía un sueño casi profundo,  por lo que le tomaba más tiempo.

Le dejaba su ropa en la cama,  mientras seguia intentando, hasta que este habria los ojos.

En minutos más tarde salían del departamento.  Por la vergüenza del casi albino, tenía una mirada hacia abajo y no hablaba de nada con Sebastián.  Tenían una caminata larga,  sin hablarse o tomarse de la mano.

Hasta que la incomodidad término, la vergüenza acabó,  el silencio se esfumó y la soledad desapareció. Alex se encontraba en la puerta del salón, mirando a Stephan recostado en la banca, con su mirada hacia la ventana.  Dándole la espalda a todos,  sin casi poder moverse era empujado por Sebastián, al fin daba un paso y con más confianza camino y dejó sus cosas en su banca.

Se paro en frente del castaño y postuló su postura hacia este, espero ahí hasta Stephan le hiciera caso; y cuando levanto su cara y sus miradas se encontraron... Pudo notar en los ojos del contrario tristeza, miedo e inquietud, sin casi voz intentando pronunciar muchas palabras que no salian de su boca y lo único que estaba a punto de salir eran sus inmensas lágrimas.

–P... Pu... Q... Quie... ¡Quiero Hablar contigo!

Mientras brotaba lágrimas de sus ojos Stephan se levantaba y tomando la muñeca de Alex lo sacaba del salón, llamaban la atención de todos dentro y fuera, hasta llevarlo a un lugar no publico,  limpiaba sus lágrimas, no quería que nadie más las viera.

–Lamento lo de ayer —Miraba a los ojos a Alex—.
–Eres de lo peor ¿Lo sabés?
–Lo se, lo siento si odiaste mi toque.
–No es que lo halla odiado...  Es que te fuiste y escapaste, me tocaste sin permiso pero me gusto y eso es lo peor.

Mientras lo observaba llorando no podía aguantar las ganas de besarlo y hacerlo parar, lamia sus labios, acariciando sus mejillas y limpiandolas, de las inmensas gotas que salían.

Unidos por HilosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora