|Capítulo 4|

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Sentía cómo su cuerpo se estremecía con la baja temperatura que había en Seúl. La noche era cerrada y apenas se vislumbraba alguna estrella en el cielo, enfatizando la sensación de frío. Si no supiera que apenas estaban a mediados de septiembre, podría haber jurado que se encontraban en pleno invierno. Maldijo no haber llevado consigo un abrigo sobre su uniforme para calentarse un poco, pero ya no tenía sentido pensar en esa posibilidad.

Con resignación comenzó a caminar más rápido para llegar antes a su casa. Apenas había recorrido dos calles desde que había abandonado la cafetería y ya se sentía sumamente agotado, tal vez por su condición física o porque la conversación con Jin le había dejado los ánimos por los suelos.

La cabeza de Jimin era un remolino de inquietudes e incertidumbres. No sabía cómo iba a enfrentar a Jin, ni qué coño decirle para poder solucionar el problema que iba creciendo entre ambos. Quería retomar la relación que tenían hacía meses, ser los mismos mejores amigos que se contaban sus cosas y reían sin parar hasta las dos de la madrugada entre botellas de soju. Sin embargo, sabía que no dependía sólo de él arreglarlo y no creía que Jin se lo fuera a poner fácil tampoco. 

¿Será capaz de perdonarme?

Esa pregunta le atormentaba a todas horas. En el fondo, conocía demasiado bien la respuesta: no. ¿Cómo iba a perdonarle algo que ambos sabían que continuaría haciendo? ¿Algo que estaba mal? Para que Jin lo perdonara, primero Jimin tenía que perdonarse a sí mismo y esa parte era la más complicada de todas teniendo en cuenta que el pelinegro se odiaba.

Estaba tan absorto en sus pensamientos, que no fue consciente de en qué momento decidió traspasar la calle sin tan si quiera darse cuenta de que el semáforo estaba en rojo o que varios coches se encontraban cruzando la carretera. Sólo podía concentrarse en morderse con fuerza el labio inferior, tratando de aliviar su frustración y evitando así que las lágrimas cayeran. Le ardían los ojos. 

El claxon de uno de los coches le hizo reaccionar. 

Al levantar la mirada se encontró a si mismo cruzando el paso de peatones en rojo, con vehículos yendo hacia él a una velocidad tan rápida que era humanamente imposible escapar. Sus piernas no reaccionaban, su cuerpo se quedó inmóvil, estático ante el miedo o tal vez por simple resignación. Cerró los ojos cubriéndose la cabeza con las manos, anticipando un golpe que nunca llegó.

Notó como unas manos lo agarraban con fuerza tirando de su frágil cuerpo hacia atrás, hasta que sus pies volvieron a estar sobre la acera y su espalda chocó contra algo duro.

Su respiración estaba agitada, podía sentirlo en el subibaja en el que se había convertido su pecho. El latido de su corazón retumbaba en sus oídos recordándole que seguía vivo y martilleando la poca cordura que le quedaba en su cabeza.

Abrió los ojos lentamente al notar que unos brazos lo rodeaban por la cintura y comenzaban a apretarle demasiado en el proceso. Desvió la vista hacia las manos de piel canela, reconociéndolas al instante aunque las hubiera visto tan sólo horas atrás. 

Todavía con el miedo en su cuerpo y temblando colocó sus manos sobre las de la persona que lo estaba sosteniendo. Sintió como lentamente giraban su cuerpo, quedando frente al pecho de su acompañante y sin ser capaz de levantar la vista. 

— Joder Jimin, pensaba que no llegaría a tiempo. 

Reconoció su voz al instante, confirmando que efectivamente las manos eran las suyas. 

— ¿N-NamJoon? — Pronunció su nombre con la voz más afectada de lo que hubiese querido. Sus labios también temblaban. — ¿Qué haces aquí? 

Roto. » [NamMin] EN EDICIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora