《O3》

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Con las manos temblando por el frío, tomé mi llave a duras penas y abrí la puerta con tranquilidad, sintiendo de antemano el calor que provenía del ambiente en mi apartamento. Ni siquiera recordé al chico que me seguía, tan solo entré, dejé la bolsa con compras en la mesa, me quité el abrigo, los zapatos los lancé por ahí y me estiré, queriendo desplomarme en el suelo; todo de una manera muy perezosa.

Odio caminar, y más en el frío.

De repente todas las ganas del mundo me invadieron, y juro que tenía energía hasta para limpiar las paredes. Tal vez el estar libre de preocupaciones me entusiasmaba, ya no habría cosa que me detuviera en mi camino a terminar el cuadro.

O tal vez sí, y es alguien del cual todavía desconozco el nombre.

Me giré sobre mis pies para observar bien si el chico aún seguía allí, y así era. Estando parado en el umbral de la puerta con esa misma expresión, hice un movimiento con mi mano para indicarle que pasara, y lo hizo, se quedó parado frente a mi sin hacer nada.

Ahora si podía analizarlo detenidamente al poseer mejor iluminación en mi apartamento. Alto, cabello tal vez negro o castaño muy oscuro, piel clara, labios carnosos y rojos, ojos profundos, mirada un toque ¿Siniestra? No lo sé, ni sé que pensar, admito que es guapo. Muy guapo tal vez, con ese lunar debajo de su ojo izquierdo, es alguien muy atractivo aunque su cabello se viera desaliñado.

No puedo considerarme como alguien homosexual, nunca he tenido pareja, tampoco me he llegado a interesar por alguien, incluso un amigo cercano del pasado tuvo la suposición de que yo era asexual. Pero bueno, Chan me vive repitiendo que me van más los chicos que las chicas, no lo sé, según él se me ve en la cara.

Pero no vamos a hablar de eso, mejor concentremonos en el todavía desconocido.

Di unos pasos al frente para verlo más de cerca, sí, fue inevitable no querer quitar los mechones de cabello que caían a su rostro y cubrían parte de sus ojos. Estaba preocupado por él, tal vez no veía por ello.

Tampoco sé poner excusas, lo siento, pero no puedo explicar mis acciones si no las comprendo.

El ambiente se me hizo un poco incómodo para el contrario, o para mi, tanto que agradecí cuando una fría brisa se adentró por la puerta aún abierta, lo que me hizo separarme de él para ir a cerrarla. Supongamos que fue por eso y no por el hecho de querer alejarme un poco de su hipnótica mirada y rostro sin expresión.

—Está muy fresco afuera. —dije rápidamente al poner el seguro y removerme ligeramente en mi lugar por el escalofrío que sentí.

Con la misma velocidad me di media vuelta y ahí estaba el chico, otra vez fijo en mi. —Bueno, tú... Eh... —no supe que decir, de verdad me desespera que siempre esté igual— Te sientas aquí, sí, debes estar hambriento ¿No? Te traeré algo de comer —solté las palabras al mismo estilo Eminem mientras tomaba del brazo al contrario y lo sentaba en el sofá.

Me dirigí para nada tranquilo hacia la pequeña cocina, yendo directamente a la nevera para sacar de allí unos fideos instantáneos ya hecho y a medio comer. No pensaba calentarlos, no me daba el tiempo tomando en cuenta que ya eran las diez y debía volver a mi taller.

Volví con el pelinegro y le entregué la comida. —¿No te importa si está fría, verdad? Oh espera... ¿Te gustan los fideos? ¿No eres alérgico o algo? —Al ver como negaba a todas mis preguntas tontas y tomaba el pequeño contenedor y los palillos, suspiré y solté unas últimas palabras, alegando que debía ocuparme de algo, y que si quería podía ver televisión.

Antes de nada, serví el alimento para Toki en su respectivo comedero, alejando a los demás gatos que pudieran interesarse en ello. También, abrí con mis dientes el paquete de color morado con la foto de un gatito gris, este junto a las letras de 'para gatos bebés', una manera más infantil de dirigirse a ese alimento especial.

Luego de eso corrí a dejar aquel paquete morado en la nevera, lugar donde encontré uno igual y a medio terminar. Golpeé mi frente con mi palma, había comprado y abierto uno en vano.

Necesito un poco de calma.

Pude sentir la mirada del pelinegro sobre mis movimientos hasta que desaparecí por el pasillo.

A pasos rápidos me metí en mi taller y cerré la puerta con llave, alejándome lentamente tras esta última acción. Estaba atónito. ¿Qué se supone que acaba de pasar? ¿En qué momento terminé trayendo a un extraño a mi hogar, si tan solo fui por comida de gato y algunos otros alimentos?

No prestaré atención a esos detalles ahora. No ahora, tal vez mañana.

Respiré profundo, me senté en mi cómoda silla y tomé el pincel. Me tomó unos segundos renovar mi concentración para continuar la pintura, ya había olvidado donde me quedé.

Un pequeño recuerdo invade mi mente cuando doy las primeras pinceladas.

Abrazando su peluche de gatito con su brazo izquierdo, el pequeño MinHo de tan solo seis años pintaba alegremente unas flores anaranjadas que no parecían tener forma, pues fueron creadas en su inocente mente. Alegremente dibujó junto a las plantas un gato del mismo color, mezclado con el celeste del cielo.

Un bello dibujo para su madre cuando ésta volviera del refugio.

Sonrió al imaginar el rostro de felicidad que pondría su progenitora al ver su primera obra de arte, así que firmó con su nombre para que siempre lo recordara.

—Que precioso dibujo cariño —le dijo dulcemente la joven niñera cuando entró a la habitación, tomando en brazos al niño—. Tienes pintura en tus mejillas, vamos a limpiarte, ¿Si? Y luego merendaremos galletas, ¿Quieres? —MinHo asintió alegremente mientras aplaudía.

Comparé el dibujo de ese recuerdo con otro de unos años después, y de paso, lo observé colgado en esta habitación. Tiene mucho más detalle que el que hice a mis seis años, las flores ya tienen forma, sombra e iluminación, sin contar el gato que tanto me costó recrear.

Me hubiera encantado darle este dibujo a mi madre, ¿Por qué deben vivir tan lejos? O mejor dicho, ¿Por qué yo me fui tan lejos?

De repente, se escuchó un fuerte ruido proveniente de la sala, el cual me sacó de mi burbuja de recuerdos y pintura. ¿Qué fue eso? Claramente salí a investigar.

Muchas preguntas invadieron mi cabeza acerca de que podría haber ocasionado aquel ruido. Mis gatos no podían haber tirado algo, ellos son tranquilos la mayor parte del tiempo. Me preocupé pues el chico ya no estaba en la sala y salió mi lado paranoico.

¿Me robó? ¿Se fue? ¿Falta algo? ¿En qué estaba pensando? Nunca aprendes, MinHo, vives en una parte de la ciudad poco segura y se te ocurre traer a un extraño a tu casa, y le ofreces comida, y lo dejas sólo, y con tus gatos ¡Los gatos! ¡Cuenta los gatos! Tal vez secuestró alguno-- Espera, ¡¿Dónde está Makki?! Ah, no, allí está. Por Dios, eres un irresponsable Lee, ¿Fue por su cara bonita, cierto? Seguro fue por eso, eres un completo...

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