Capítulo 10

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Para finales de marzo, Parque México se tiñó de un envolvente tono lavanda digno de la temporada primaveral que, muy amables y puntales, las jacarandas ofrecían año con año. Las veredas y banquetas recibían a sus transeúntes con una alfombra aromática y destellos brillantes que el sol de esa mañana, más esplendoroso que otros días, regaló a sus malagradecidos amigos los humanos. Paulina, con un frappé de moka en mano y la otra ocupada con las carpetas de la escuela de idiomas y su bolso, no se percató de que desde su salida del auto de Tamara en la esquina del parque, alguien la iba siguiendo. Tomó la vereda del lago para cruzar hacia el otro extremo, cuando de pronto le cubrieron la boca y los ojos y la arrastraron hasta una banquita de troncos, la recostaron sobre ésta y cuando la persona que la intentaba sustraer se posó sobre sus caderas y le destapó los ojos, Paulina casi le avienta el frappe en la cabeza.

—¡¡Eres un imbécil!! —dejó caer sus cosas y le soltó un golpe en el pecho—. ¡¡Me espantaste, idiota!! —agregó pálida.

—¡Lo siento, maja mía! —rió—. ¡Debiste haber visto tu cara! —le besó los labios, más candente que en otras ocasiones, pero se separó de ella cuando Pau lo alejó asustada.

—¡Aquí no! —miró hacia todos lados—. Tami se acaba de ir. ¡¿Qué tal si nos ve?!

—¡Me tiene podrido esta situación! ¿Por qué no la dejas y partimos de acá? A Madrid por ejemplo —se aproximó a ella, le besó el cuello y le acarició las piernas.

—¡Andrés, contrólate! —lo empujó para poderse sentar, levantar sus cosas y luego ponerse de pie. El chico le ayudó a peinar los cabellos que se le desacomodaron. —Ya te dije que es complicado.

—Llevas meses diciendo lo mismo. La amas más a ella que a mí, ¿no es cierto? —odiaba que le hiciera esas preguntas, odiaba verse entre la espada y la pared, odiaba imaginar que podía perder a Tamara; claro que la amaba más a ella, eso ni siquiera tenía que preguntárselo.

—No empieces o te juro que puedo dar por terminado todo esto —Paulina quiso avanzar, pero Andrés la detuvo, la incitó a sentarse en sus piernas y desde esa posición, donde éste podía mirarle los castaños ojos e inhalar el aroma a vainilla de su melena dorada, la besó.

—Lo que menos quiero es perderte —dijo apenas separándose un poco de su boca—, no sé qué me has hecho, pero me encantas —continuó besándole el cuello—, me vuelves loco —las clavículas—, te quiero toda para mí —y se engancharon con frenesí, disfrutando ese idílico momento.

Más tarde, mientras Paulina se vestía de nuevo para marcharse a la agencia, Andrés se levantó de la cama, apenas si se puso la trusa, y se acercó a su chica por detrás para besarla y acariciarla por última vez antes de irse durante un mes a un tour por toda la república abriéndole a un dueto pop ya posicionado en el ámbito musical.

—Lo que más me enferma de irme, es que estarás con Tamara —comentó descuidado.

—¿De nuevo con lo mismo? —dio media vuelta y lo miró enfadada.

—No me cansaré jamás de decirte que te quiero sólo para mí —metió sus manos por entre la cabellera de su mujer y le masajeó el cuello.

—Entonces acepta esto, así como es. No me pidas más porque no cambiará nada entre ella y yo —Andrés suspiró, era consciente de que, de haber podido, habría dejado a esa mexicana para buscar otra con menos problemas, pero en realidad la quería tanto que estaba dispuesto incluso a compartirla.

—Okay, no volveré a mencionarla —Pau sonrió y le besó la mejilla. —¿Irás a verme a alguna fecha?

—¿De verdad quieres que vaya?

Identidad PerdidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora