Capítulo 18

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—Oh Dios, dejé mi auto en casa de Judith —recordó Dan mientras Charlie lo llevaba rumbo a su departamento.

Sentía el cuerpo sin vida, las manos largas postradas sobre las piernas, las que apenas si podían sostenerlo junto con el resto de su esqueleto. Los ojos le ardían luego de haber sido presos del llanto toda la noche y parte de esa mañana lluviosa. Miró a través de la ventana los diminutos riachuelos que se formaban sobre el cristal a partir de esas gotas cálidas veraniegas. A Jude le encanta mirar la lluvia, pensó dolido. ¿Cómo le haría para vivir sin ella a partir de ese día? ¿Cómo sobreviviría su cuerpo, su alma entera tras renunciar a lo que más amaba, a lo que conocía, a lo único que lo motivaba a seguir adelante? ¿Qué había hecho mal para orillarla a volver con José, incluso tal vez con Javier? ¿Era su culpa? ¿O es que ella funcionaba así? No, definitivamente esa no era la razón, se dijo cuando intentó convencerse, aunque al cerrar sus ojos veía de nuevo esos cuerpos desnudos, unidos luego de esa profana irrupción sexual. Deseaba creerle, intentaba borrar esas imágenes, mas su corazón destruido no le permitía semejante regalo.

—Puedo pasar por él más tarde o mañana y llevártelo —sugirió Kyle. Sentía rabia contra Jude y pena por Dan, quien ya había bajado sus piernas del asiento luego haberlas abrazado en tanto lloraba recargado encima de éstas.

—No —repuso lacónico—, quiero ir yo mismo. Ahora.

—Dan, escucha, no estás en condiciones de...

—¡Me importa una mierda, Charlie! ¡Necesito ir por mi auto! —gritó. Algo se le había metido a la cabeza, un presentimiento quizá. ¿Para qué quería volver a ese lugar, acaso no le había bastado con lo que había visto una noche antes? ¿Para qué sufrir más? Kyle resopló exasperado, pero atendió a la petición de su amigo y tuvo que volver en dirección contraria.

Apenas salió del departamento de Katy, a Judith se le nublaron los planes y cayó encima del volante de su automóvil. Le punzaban partes del corazón que ni siquiera tenía idea que existían, apretó los puños, golpeó el tablero, sus piernas y todo cuanto estaba a su alcance. Su teléfono timbró y casi lo avienta por la ventana, pero descubrió una notificación de mensaje en la pantalla. "Ju, ¿en dónde estás? Estoy a punto de irme". Era de José. Presionó el "botón" de llamar contacto, pero más pronto de lo que marcó, colgó. Se jaló el cabello furiosa, se tragó los gritos, las ganas de matarlo, y contrario a ello le envió un "Espérame, ya estoy llegando". Jamás había conducido tan rápido ni había sido tan descuidada con los semáforos o señales de tránsito. Por fortuna no se topó en el camino con otro igual de negligente que ella. En su mente sólo estaba un objetivo, nada ni nadie la detendría hasta cumplirlo.

José guardó las copas en el espacio que Jude tenía reservado para sus vinos, limpió la barra y la mesita de centro de la sala para no dejar rastros del polvo que había vertido Javier en la copa de Judith. Apretó las mandíbulas, preocupado. ¿Y si Judith descubría la verdad? ¿Y si el cobarde de Javier lo delataba ahora que había recuperado parte de su humanidad al enterarse que sería padre? No había hecho nada malo, al menos no solo. Por un instante se cuestionó en qué radicaba su necedad por esa mujer, qué tan embriagado de ella había quedado luego de haberla conocido en esa fiesta de universitarios, con quienes no compartía nada más que el gusto por el alcohol y las mujeres. Terminó de recoger el desastre de la habitación, la ropa sucia regada por todas partes, la llevó al cesto del baño y por fin terminó de deshacerse de cualquier evidencia. Sacudió la cabeza ante la posible llegada del remordimiento. No, definitivamente no podía dejar que otro se quedara con Judith, ella era suya, de nadie más.

Estacionó su auto al lado del de José. Sacó la navaja que tenía escondida en el compartimiento delantero del asiento del copiloto, la guardó en el bolsillo trasero de sus jeans y bajó apenas lo vio salir del ascensor. Su pecho se elevaba y contraía tan rápido como sus pensamientos homicidas figuraron en su cabeza. Un corte rápido en el cuello, tal vez. O quizá lo llevaría a la cama, lo amarraría y lo cortaría pedazo a pedazo. Las pupilas se le contrajeron y la boca se le secó al mirarle esa sonrisa triunfadora, petulante.

—Ju... —sus brazos estuvieron a punto de rodearle la cintura, pero Judith no logró completar sus planes y le lanzó un golpe seco, directo al pómulo izquierdo.

—¡¡ERES UNA MIERDA JOSÉ MADERO!! —lo aventó con toda su fuerza contra las puertas del ascensor, causando un sonido tan estruendoso que el portero salió de su caseta, sin embargo, al mirar tan endiablada a la chica, decidió inteligentemente no entrometerse.

—¡¿Qué te sucede Judith?! —habló apenas pudo reponerse del aturdimiento. Lo sabía, Judith había descubierto todo.

—¡¡ME DROGARON Y ME VIOLASTE, IMBÉCIL, ESO ME SUCEDE!! —estuvo a punto de apropiarle otro golpe, pero José le atrapó el puño y le dio una vuelta a su brazo, lo que causó que Jude exclamara varios gritos al sentir cómo los músculos y tendones se le atrofiaban por dentro. La pegó a su cuerpo y la estampó contra el muro. —¡¡Suéltame, José!! ¡¡Me duele!! —chilló.

—¡¿Ah sí?! ¡¿Y crees que a mí no me dolió verte besando a ese escuincle, eh?! —la apretó más fuerte. Entre el roce, sintió una protuberancia en la nalga derecha de Jude, introdujo su mano en el bolsillo y encontró la navaja. —¿Pensabas hacerme daño con esto? —la cuestionó divertido—. ¡Por favor, Ju! —aventó el arma. Pronto notó que Judith realmente estaba sufriendo, por lo cual la soltó y le dio un par de segundos para reponerse. La chica se dejó caer al piso, llevó su brazo hacia enfrente, descubrió que no tenía ningún hueso roto, salvo la molestia constante de la torcedura. José la levantó, la arrastró del brazo sano hacia su auto y estuvo a punto de meterla en el espacio del copiloto de no ser por Daniel, quien segundos antes había llegado y observado las acciones de José. Lo jaló del hombro y le atizó un puño en el ojo, otro en el abdomen y uno más en la barbilla. Lo aventó contra el piso, se le colocó a horcajadas y siguió propinándole puñetazos en las mejillas, la nariz, los ojos, el cuello. Judith se petrificó al ver a Dan fuera de sí. No obstante, perdió ventaja y un movimiento acertado de José lo llevó al suelo y ahora fue éste quien le zampó cuanto golpe le fue posible hasta que Dan lo aventajó. Kyle, apenas un poco más fuerte que su amigo, logró alejarlo de José, al que ya le brotaba sangre de los labios y de los orificios nasales. Pese a eso, el despeinado ojiazul alcanzó escuchar que José reía divertido ante la situación.

—¡¡SUÉLTAME, DÉJAME MATARLO!! —vociferó Dan, también con un hilo de sangre corriéndole hacia el cuello, tratando de zafarse de los brazos de Charlie. El portero, al ver que Kyle no se daba abasto con su compañero y su atacante ya se aproximaba a él para devolverle las trompadas, sostuvo con fuerza a José para evitar que éste lanzara más puñetazos.

—¡¡LÁRGATE, CABRÓN!! —le gritó al fin la chica y lo empujó hacia su auto, quien, sin más remedio, se soltó del portero. —¡¡Y EN TU PERRA VIDA NO VUELVAS A ACERCARTE A MÍ!! —le pintó el dedo medio con la mano y alcanzó a darle una patada a la puerta.

—No le digas nada de esto a Katy —le pidió a Charlie cuando se zafó de él. Aturdido, destrozado emocional y casi también físicamente, pasó a un costado de Judith, su cólera hacia ella le reprimió el deseo de abrazarla y cerciorarse de que estaba bien. Abordó su auto y se marchó con la mirada fija hacia enfrente, ignorando el rostro compungido de quien fue la mujer de su vida.

—Jude, ¿estás...? ¿Estás bien? —la pequeña castaña, negando con la cabeza, no permitió que Charlie la tocara.

—No le digas nada a Katy —y con la mente hecha un lío, se metió al ascensor. 

Identidad PerdidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora