Capítulo 20

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Llegaron juntos a la sala de urgencias del hospital San Antonio, justo casi a las afueras de la carretera México-Cuernavaca. Kyle, confiando plenamente en Daniel, encargó a Katy con éste cuando ella se empecinó en querer acompañar al resto. Él tampoco deseaba dejarla sola, pero era de los pocos conocidos de Andrés en ese país, el único que tenía contacto con su familia o sabría qué hacer con él en cualquier situación de emergencia. La angustia era apremiante, entre más se acercaban al escritorio de la recepción, más los sofocaba el temor al resultado de esa desgracia. Sostuvieron de los brazos trémulos a Tamara una vez que se plantó frente a la recepción de ese frío e impávido hospital. La enfermera recepcionista los observó expectante, a la espera de que alguno de los tres lograra articular alguna palabra. Kyle atrajo todo el aire que pudo a sus pulmones y finalmente cortó ese silencio fúnebre.

—Queremos saber si Paulina Soriano y Andrés Ceballos se encuentran en este hospital —la enfermera buscó en su computadora y veinte segundos después asintió.

—Así es, la señorita Soriano acaba de salir de rayos x y laboratorios, le siguen practicando estudios para descartar daños internos.

—¿¡Pero está bien!? ¿¡Podemos verla!? —indagó Tamara con voz átona.

—No ahora, señorita, quizá más tarde, cuando el médico haya recibido los resultados de las pruebas. Ustedes son sus familiares, supongo.

—Soy su... su no... su novia —respondió titubeante al recordar por qué estaban ahí. No era tonta, claro que desde hace meses sospechaba el engaño de Paulina, pero tener conocimiento concreto de ello era terriblemente peor. Se estaba desboronando y ardiendo a la vez.

—Entiendo —sonrió comprensiva, como si en ese intercambio de miradas entre ella y Tamara hubiera una especie de complicidad—. Mire, no puedo darle acceso hasta que, al menos, la traigan de nuevo a su cama en urgencias, pero le informaré a la brevedad en cuanto actualicen el reporte médico —asintió y Judith se la llevó a uno de los sofás de la salita. Kyle en cambio tuvo que quedarse ahí. —Del joven Andrés Ceballos... —la enfermera tragó saliva, afligida— ¿Es usted su...?

—Su representante, es decir, trabaja en mi disquera. Es mi amigo, la persona más cercana que tiene en este país —después de Pau, concluyó en su mente. La dama hizo una mueca de preocupación, apretó un timbre ubicado a un costado de su escritorio y unos minutos después apareció otra enfermera.

—¿Charlie Barnes y Tamara Rivas? —preguntó mientras alzaba un poco la cabeza, buscando a los dueños de esos nombres. Ambos la miraron expectantes y la mujer los identificó—. Vengan conmigo por favor, dense prisa —Jude abrazó a Tamara y le besó la frente antes de que se levantara del sofá y caminara a un costado de Kyle, quien pronto le rodeó los hombros con el brazo al verla flaquear.

Ingresaron a una habitación pequeña con decenas de aparatos pegados a las paredes, y en el centro se hallaba una cama alta, ocupada por un Andrés doliente, roto en todos los sentidos de la palabra, un Andrés agonizante. Tamara no se sorprendió al ver que a un lado de éste, sentada en una silla de ruedas, con la mano nerviosa, morada del dorso a causa del suero, extendida y sosteniendo la de él, se encontraba esa mujer con la que hubiese deseado envejecer. Verlos juntos aun en esa situación se sentía como un duro y oxidado hierro hirviente atravesándole una y otra vez las terminaciones más delicadas de sus entrañas. Kyle debió atraparla del torso cuando sintió cómo a su pelirroja amiga se le debilitaron las piernas. Paulina la miró como quien lo hace al sentirse desnuda, sin el cobijo afable del engaño, y titubeó si debía soltar a Andrés, sin embargo éste, apenas con la fuerza necesaria para mover las articulaciones, le apretó la delicada mano, y extendió la diestra señalando a Tamara. Su compañero casi la arrastró al notarle los pies clavados al suelo. Se acercaron paso a paso y se detuvieron a una distancia prudente. Con bastante dificultad, Andrés intentó hablar.

Identidad PerdidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora