cincuenta y cinco

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Han Jisung

Podía sentir a su corazón latir con brusquedad en su pecho. Su estómago, hundido en un mar de nervios, parecía ser atestado por una manada de mariposas que revoloteaban de aquí para allá, buscando un sitio por donde escapar.

Le había pedido a Minho que no fuera con él y tanto su padre como su hermano se habían ido, así que estaba completamente solo, parado frente a la puerta de la habitación de su madre. Dentro no se escuchaba ruido, lo cual lo ponía más nervioso.

Nadie en su familia quiso hablarle acerca del estado en el que su madre se encontraba. Tan sólo le dijeron que no grite demasiado cuando esté a su lado ni que llore frente a ella, por alguna razón que desconocía, sin embargo no iba a contradecir esas indicaciones.

Soltando un largo suspiro, tomó coraje y abrió la puerta, teniendo por fin vista de su madre.

Estaba parada frente a la pared que él había decorado con fotos de cuando ella estaba despierta, y las miraba con cierta curiosidad, como si fuera la primera vez que las viera. Sintió como un nudo se formaba en su garganta cuando volvió a ver sus ojos abiertos, después de casi tres años dormida.

Se secó las lágrimas antes de que pudieran resbalarse por sus mejilla, asegurándose de que ella no lo viera llorar. Y justo en ese momento, su madre giró la cabeza hacia su dirección.

— Hola, Jisunggie. —Saludó su madre, esbozando una pequeña sonrisa tras verlo.

Jisung volvió a sentir a las lágrimas colarse en sus ojos nuevamente.

Había olvidado la voz de su madre.

Y después de tres largos años, allí estaba ella; llamándolo nuevamente por su nombre, mirándolo después de tanto tiempo sin abrir los ojos; como si hubiera vuelto a la vida. Se refregó los ojos para acicalar las lágrimas antes de acercarse a la mujer.

— Hola... —Susurró—. ¿Cómo te sientes?

— No lo sé. No siento nada. ¿Y tú? —La mujer se acercó hasta la camilla y se sentó en ella. Con una mano palmeó el espacio vacío a su lado, invitando a su hijo a sentarse. Eso hizo.

— No importo en este momento. —Hizo un ademán para restarle importancia—. ¿Te gusta cómo decoré la pared? —Señaló con su dedo índice la pared frente a ellos. Ella asintió, sonriendo.

— Es lo primero que vi al despertar. —Hizo una pausa—. ¿Cuánto tiempo estuve durmiendo, Jisunggie?

El chico se rascó el mentón.

— No es necesario que lo sepas.

A su madre le daría un ataque de saber que estuvo tres años sin abrir los ojos ni mostrar señales de vida. Ella lo miró durante unos segundos, como si estuviera analizando cada facción en el rostro de su hijo, antes de volver la vista en el suelo.

— ¿Cómo está Mina?

A Jisung le sorprendió escuchar ese nombre. Mina siempre había sido una buena amiga suya, aunque últimamente no habían estado hablando mucho, seguían siéndolo. Pensó que, con todo esto del coma, su madre no se acordaría de ella. Pero al parecer, la chica vino a su mente con rapidez.

— Bien, creo.

— Esa chica te gustaba hace un tiempo.

Quedó petrificado en su lugar.

No, no es verdad, mamá.

— No lo recuerdo...

— Claro que sí. Tú mismo colgaste una foto de ella y tú abrazados en la pared. Allí. —Señaló una foto que se encontraba cerca de la ventana; efectivamente, eran Mina y él. Ni siquiera se acordaba de haberla sacado, pero ahí estaba.

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