4. Despedidas

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-Mama, ¿Te acuerdas que dijimos que nos iríamos de casa cuando tuviésemos la oportunidad?- su madre asintió- Pues ha surgido.

-No podemos irnos-replicó rápidamente-no quiero ni pensar en lo que tu padre nos haría si nos encontrase.

-No lo hará. He ahorrado algo de dinero con las pociones que he vendido y quiero que te lo quedes.

-Pero cariño. Dijimos que nos iríamos juntos, no puedo dejarte solo con tu padre- dijo con la voz temblorosa- volvamos a casa, aún podemos.

-No voy a volver con padre, por eso tampoco puedes volver tu- dijo mirando a su madre- alguna vez tenía que independizarme, yo... voy a quedarme a vivir aquí.

-Aún así, es tu dinero, no puedo aceptarlo. 

-Te lo debo mama- su madre lo miró sin comprender-Tu vida ha sido un infierno por mi culpa. Si yo no hubiese nacido, habrías sido feliz con padre- dijo con los ojos anegados de lágrimas. Para su sorpresa recibió una bofetada.

-No vuelvas a decir eso- dijo con los ojos llenos de furia.- Tu eres una de las cosas más importantes que tengo y nunca me he arrepentido de tenerte en todos estos años.

No le importaba que su madre le hubiese pegado, no lo había hecho con el mismo motivo que su padre, y aunque en sí el golpe no le había dolido apenas, en su corazón sintió una punzada, sentía que nuevamente había defraudado a alguien. Aún así, no pensaba que estuviese equivocado. No obstante, si le sorprendió, era la primera vez que ella le ponía la mano encima. 

Ambos se mostraban tal y como eran uno frente al otro. Y aunque de pequeño había odiado la sumisión que mostraba delante de su padre, cuando creció entendió que no podía hacer nada, no podían hacer nada porque ella tenía que cargar con él, esa era la conclusión a la que siempre llegaba.

Eileen no tenía un lugar en el sitio mágico, en el muggle tampoco podía trabajar. Lo había intentado varias veces y su marido la había arrastrado de vuelta porque según él las mujeres no debían trabajar. Eileen había visto reducido su círculo social a su hijo y a su marido. En raras ocasiones entablaba alguna conversación con alguna mujer del supermercado. Tenía miedo de que alguna vez la saludaran por la calle y su marido se diese cuenta. Alguna vez habían tenido discusiones por eso. 

-Pero mama, si no hubiese nacido padre no se habría enterado de que eras una bruja, es culpa mía- dijo en un susurro. 

-No Severus- dijo acariciándole la mejilla donde le había pegado anteriormente-es culpa mía. Yo soy bruja, yo se lo debería de haber contado a tu padre en un principio pero tenía miedo de que me dejara- dijo con voz suave- tampoco supe imponerme cuando manifestaste tu magia accidental, tampoco supe protegerte como merecías. Así que la culpa es mía- dijo abrazando a su hijo.

Eileen le había dicho la verdad a Severus y en parte él tenía razón en una cosa. Su noviazgo y matrimonio habían ido bien hasta que él manifestó su magia. Incluso Tobias había querido al niño cuando nació, jugaba con él y le daba de comer. Por aquel entonces apenas consumía alcohol. 

Fue al descubrir lo que eran que empezó todo. Tobias se convirtió en alcoholíco, cada vez pasaba más tiempo en el bar que en casa y empezaron las discusiones y las peleas. Primero eran verbales, luego fueron cada vez más físicas. Al principio se disculpaba y en algún punto dejó de hacerlo. Severus acabó por intentar interferir y ese fue el punto en el que desaparecieron los límites, comenzó el abuso hacia el pequeño Severus sin que ella pudiese hacer nada. Por eso, mentiría si dijese que en un principio esperó que su niño no fuese mago pero lo fue, y uno talentoso además. Sin embargo, todo este tiempo se sintió orgullosa de él y sentía lástima porque su hijo tuviese que ocultar su naturaleza. 

Un nuevo lado tuyoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora