Capítulo 28.

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Kyle.

— ¿Una capilla?

Salimos del auto pasada ya la discusión; su cuerpo se ve relajado, y ya no es parte de nosotros esa tensión indeseable. Rodeo la parte delantera del auto y me reuno con Audrey en la entrada de una capilla, se nota en su rostro la confusión, por lo cual sonrío y rodeo sus hombros en forma de abrazo.

— Así es —afirmo.

Enarca una de sus cejas.

— ¿En que ayudará una capilla? —opto por besarla rápidamente y de esa manera ignorar su pregunta.

La guío hasta la puerta principal; en el centro de la capilla hay un gran grupo de personas que comparten una entretenida conversación. Audrey se detiene en medio pasillo, su cuerpo se tensa, le sonrío. Ella toma mi mano y la entrelaza con sus dedos. Sería mentira decir que no sentí un calor inexplicable en mi pecho, sería mentir que no sonreí como un tonto y mire a Audrey agradeciendo por hacer aquello, por mostrarte un poco de cariño.

— Debo decir que no profeso religión alguna —susurra.

— Eso no importa —beso su mejilla, ella me devuelve el beso en la boca.

Caminamos hasta llegar a la reunión. Adolescentes y adultos cortan la conversación al vernos, solo uno de ellos se levanta de la silla y camina hasta nosotros, saliendo del círculo formado por sillas.

— ¡Hola! Un placer tenerlos aquí. ¿En qué puedo ayudarlos? —un hombre de barba blanca y cabello ya canoso nos extiende su mano en forma de saludo, correspon al instante, luego Audrey.

— Soy Kyle Hoyles —digo, haciendolo recordar.

— ¡Claro, el chico del anuncio! —palmea levemente mis hombros y nos invita a tomar asiento en el círculo.

Pase toda el día y noche de ayer buscando la manera de hacer realidad todo aquello que le prometía a Audrey, entre ello; ayudarla a salir de todos esos problemas y miedos que crecían en su cabeza. Encontrar un grupo de apoyo había sido difícil, hasta que con ayuda de mamá di con un anuncio en un blog que brindaba ayuda escrita a personas. Después de ello fue fácil dar con el hombre que hoy día nos sonreía con agrado.

Tal vez no sabía cómo ayudar a Audrey, pero haría lo posible para poder encontrar la manera de brindarsela.

— ¡Como pueden ver tenemos nuevos integrantes! Chicos, pueden presentarse al resto del grupo.

Un grupo compuesto por todo tipo de personas que cargaba problemas.

— ¿Qué sucede, Kyle? —el susurro de Audrey me hace girar la cabeza y mirarla.

— Es un grupo de apoyo —respondo.

El brillo en sus ojos desaparece, regresa la mirada al frente, y dá con la sonrisa amplia del organizador, el cual espera que nos presentemos. Ella espera unos segundos, toma aire y es cuestión de tiempo para que se levante y empuje la silla a un lado, deshaciendo el círculo.

Sale furiosa, dejandome solo en el interior de la capilla con bastantes personas mirándome. Me levanto, doy unos cuantos pasos hacía la salida y me disculpo por tener que retirarme de esa manera, una vez disculpado salgo corriendo del lugar.

Miro por todos lados en busca de Audrey, mi mirada se encuentra con ella en el momento preciso en que entra al auto. Tomo aire, tranquilizando mi enojo mientras me acerco al auto y toco la ventana del copiloto. Ella me mira, duda por unos instantes y luego termina abriendo la ventanilla.

— ¿Qué sucedió? —acaricio su rostro.

Sube sus piernas al asiento y agacha la cabeza hacía sus rodillas. Escucho un «nada» opacado por la posición en la que se encuentra.

— Audrey, quiero que tengas en cuenta que ya pasamos la etapa en la que tú te enojabas y me dejabas como un tonto sin saber qué había hecho mal. —le digo, y aquello parece hacerla ceder— Estoy preparado; Llamame crétino, tonto e idiota, pero por favor, ahora dime qué hice mal.

Levanta el rostro, y me encuentro con su cabello rojo cubriendole las mejillas, y sus ojos oscuros por el maldito llanto que se avecina. A veces desearía ser un tipo de «dios» uno que tuviera el poder de regresar el tiempo y hacer de la vida de Audrey la mejor de todas. Pero aquello me hace recordar, de una manera muy egoísta, que sin sus tropiezos ella no hubiera llegado a mí.

— No necesito entrar en un grupo de apoyo —dice— no necesito hablar de mis problemas con desconocidos. No necesito de alguien que este peor que yo, mucho menos de otros más que me vean con pena. No necesito de personas que me dirán un «yo sé lo que se siente», no necesito a alguien que me mire de una manera que me deje claro que tengo culpa en algún suceso de toda mi historia.

» Tan solo necesito de alguien que no se asuste al escucharme hablar sobre todo lo sucedido, alguien que me sonría cuando vea que ya no puedo más. Necesito de alguien que me conozca y tenga claro cuál es mi posición en su vida, alguien que en vez de olvidarme después de cada sesión se acuerde de mí todos los días. Sé que necesito mucho, sé que es demasiado. Pero es simple Kyle. Te necesito a ti, solo a ti. No a un grupo de diez desconocidos que olvidaran mi nombre luego de haber llegado a casa.

Abro la puerta y al hacerlo la tomo por los hombros y la pego a mí. Sus brazos rodean mi cuerpo en cuestión de segundos; beso su cabello con ternura mientras acaricio sus espalda con mis manos. ¡Lo ha hecho! Ha dicho lo que necesitaba, no se ha privado de sus sentimientos. ¡Me ha hecho saber que me necesita! Me ha hecho saber que mi presencia sí es de su agrado, que sí es para su bien.

— Lo lamento, lo lamento. De haberlo sabido antes no te hubiera traído aquí —acuno su rostro entre mis manos y le brindo una sonrisa.

— Gracias Kyle.

— Es bueno saberlo —entiende a lo que me refiero y sonríe levemente.

La beso un par de veces, luego subo al auto y conduzco hasta el centro de la ciudad. La invito a almorzar, la llevo al cine, reímos por cosas tontas y luego regresamos a su casa, ella con una sonrisa hermosa que yo nunca olvidaría, y yo, yo con un sentimiento en el corazón que sería difícil de explicar.

Es en su casa cuando me invita a pasar, ya conocia el lugar; un complejo con piscina. Audrey olvida por completo el frio que comienza hacer a causa de la noche, y deja a un lado sus zapatos para lanzarce al agua con todo y ropa. Su acto me hace reír, es hermoso verla feliz, verla ser quién debería haber sido desde un principio.

— ¿Entras? —chapotea a un lado de ella.

— Siento que me orinaria del frío —le digo mostrandole como me encojo en mi abrigo.

Ella vuelve a reír.

Gallina —me reta.

Miro el cielo, la noche ha caído, han sido horas las que he pasado al lado de ella, riendo y gosando sin importar qué.

— Eso no me hará cambiar de parecer —respondo bajando la mirada.

El cabello rojo de Audrey se pega a sus mejillas, los risos mojados se ven más largos.

Gallina —repite.

Enarco una de mis cejas.

— Me haz convencido.

Desato mis zapatos, dejo mi abrigo, y con un salto no tan alto entro a la piscina. El reventar del agua retumba en mis oídos, al igual que la risa socarrona de Audrey, cuando vuelvo a la superficie mi cuerpo tiembla. Es ella quién me recibe con un beso, haciendome entrar en calor y dejandome perder el conocimiento.

Quizás esta no era la chica que me fascino desde un principio, quizás no fue el boxeo lo que me atrajo de ella, ni mucho menos su cuerpo o la manera tan sensual en la que se veía cuando sonreía de lado.

Quizás tan solo fue la mágnifica manera en la que me hacía sentir con tan solo estar a su lado.

DEMONS.✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora