|uno|kth

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—Quieres decir que, ¿me estás llamando a las tres de la mañana sólo para decirme que tú minino mugroso y peludo no está en casa?— el chico estrujaba su móvil en las manos mientras reclamaba a gran voz.

—Si.

—¡Pues adiós!

Y antes de que colgará la llamada, ella tuvo que hablar precipitadamente.

—¡No, no, no cuelgues! — le rogó—. Mi gatita Luna nunca sale de mi apartamento, es muy raro, sabes que esa cosa que odias es tan importante para mí como lo eres tú, estoy muy preocupada. — hizó gestos de tristeza aunque su amigo no la viera. Estaba hecha un manojo de nervios y de preocupación, tenía miedo de perder a un ser tan importante para ella. Aunque fuese un simple animal peludo.

Sin embargo su amigo no tenía algún motivo para estar despierto, escuchándola llorar o quejarse, así que él suspiró con cansancio aceptando que su amiga era más dramática que las películas de amor en algún engaño.

—Bien, en la mañana iré contigo para buscarlo — afirma más calmado—. Ahora, por favor, Hye, por lo que más quieras en esta vida, déjame dormir. — y sin más preámbulos, corto la llamada.

La chica con aquel puchero en los labios se tiró a su cama con la osadía de recuperar el sueño. Su día había sido más que un ajetreo existencial. Dejó su móvil a merced de la suerte, arropó su cuerpo con las cobijas de su cama y justo cuando acomodaba la cabeza en la almohada un rudo extraño se escuchó desde lejos.

Arrugó las cejas con confusión y dispuesta a averiguar de dónde provenía el sonido, quitó de sus sábanas para colocarse sus zapatillas de tela para andar en casa.

Podría decirse que su estabilidad mental por ahora, estaba en paz. Cuando sus dedos tocaron la perilla de su habitación su corazón por alguna manera comenzó a sentirse extraño, dando así su ritmo acelerado como señal de nerviosismo y pánico. Los pasillos de su hogar siempre solían ser oscuridad, sin rastro de luz, nunca le gustaba tener tanto alumbramiento. Sentía que su oscuridad le hacía ver más allá de su naturaleza exterior, sentir cada objeto, tocar cada parte de su hogar y guiarse por el instinto de su alma.

Por alguna razón sus pasos al bajar las escaleras, que conectaban a el primer piso se hacían más lentos, esta vez se arrepentía de no tener luces que le iluminarán el camino. Paso por paso llegó al tapiz de su sala de estar.
La lengua se le paralizó, los labios le temblaban. Por alguna razón tenía miedo y no sabía el porqué, por algún motivo temía por ver y saber que era lo que había provocado aquel ruido en su hogar.
Sentía una presencia oscura que le invadía el alma.

—¿H-ola? ¿Hay alguien ahí? — su voz se cortó apenas habló. La sangre no le corría por las venas gracias al nerviosismo. Tenía un estúpido temblor en el cuerpo y no sabía el por qué.  Por obviedad, nadie le respondió. Y antes de soltar un respiro de resignación donde dejaría escapar el aire que llevaba conteniendo desde que salió de su habitación, un sonido más fuerte se escuchó frente a ella.

Su cuerpo se colapso de miedo. Tan rápido como el aire golpea las montañas desnudas, sin previo aviso, ella cayó al suelo tapiz sin poder detener el golpe. Se quejó con aquel gemido de dolor que raspo su garganta.

—¡Joder, Joder!

Llevando sus manos a la parte trasera de su espalda comenzó a sobarse para calmar aquel dolor que emanaba de su espina dorsal.  Mientras ella se quejaba por su caída y trataba de calmar a su corazón.

Las luces de su apartamento se encendieron.

Como era de esperarse, un chillido agudo salió de ella. Cambió las manos a su boca para taparla al ver lo que tenía al frente.

Su gatita con pelos blancos como la nieve y ojos negros con reflejo en su interior, como si estos fuesen comidos o sumergidos dentro de su lugar. Su gatita no llevaba aquél color cuando dejó de verla en casa, su pelo era completamente negro y sus ojos brillaban como el amanecer de un nuevo día, su minino daba alegría y felicidad a su hogar, era la belleza que decoraba su sombría vida.

Pero ahora solo quedaban restos de un animal. El cuerpo de la pequeña minina yacía tirado en el centro de su casa, el suelo tapiz blanco se manchaba de aquel color rojo, aquel color que no dejaba nada bueno.
Lloró y tembló al verla ahí. Sollozó al querer acercarse. Luchó contra su alma por verla más de cerca.

Estaba muerta.

Luna estaba muerta y el culpable no era un humano del mundo, no era de carne y hueso. No era un pecador que mataba a sangre fría. Era un demonio; que buscaba de aquellas almas puras y blancas, que buscaba mantenerse vivo y fuerte mientras encontraba a su nueva reina, quien se sentaría a lado de su trono del infierno para serle fiel y gobernar hasta la llegada del ser supremo.

Demonio; Kth |1| ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora