T E - C O N O C E M O S

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El duende miró maliciosa y dedicadamente al aterrado sepultador, y luego, elevando la voz, dijo:

-¿Y quién, entonces, es nuestro premio justo y legítimo?

Ante esa pregunta, los 'ecos' salvajes e invisibles contestaron, como si fuesen esos coristas en compañía del poderoso volumen del órgano de la vieja iglesia, una melodía que parecía llevar hasta los oídos del enterrador un viento escalofriante, y el mismo desaparecer al seguir avanzando; pero la respuesta seguía siendo la misma:

-¡Gabriel Grub! ¡Gabriel Grub!

El duende mostró una sonrisa mucho más amplia que nunca, mientras decía:

-Y bien, Gabriel, ¿qué tienes que decir a eso?

El enterrador se quedó con la boca abierta, falto de aliento.

-¿Qué es lo que piensas de esto, Gabriel? -preguntó el duende pateando con los pies al aire hacia ambos lados de la lápida y mirándose las puntas vueltas hacia arriba de su calzado con la misma satisfacción como si hubiera estado contemplando unas botas Wellingtons, pero con más estilo... en Bond Street.

-Es... resulta... muy curioso, señor -contestó el enterrador, medio muerto de miedo-. Muy curioso, y bastante bonito, pero creo que tengo que regresar a terminar mi trabajo, señor, si no le importa.

-¡Trabajo! -exclamó el duende-. ¿Qué trabajo?

-La t-tumba, señor; pr-preparar la tu-t-tumba -volvió a contestar el enterrador.

-Ah, ¿la tumba, eh? -preguntó el duende-. ¿Y quién cava tumbas en un momento en el que todos los demás hombres están alegres?

-¡Gabriel Grub! ¡Gabriel Grub! -volvieron a contestar las misteriosas voces.

-Me temo que mis amigos te quieren, Gabriel -dijo el duende sacando más que nunca la lengua y dirigiéndola a una de sus mejillas... y era una lengua de lo más sorprendente-. Me temo que mis amigos te quieren, Gabriel -repitió el duende.

-Por favor, señor -replicó el enterrador, inmóvil por el horror-. No creo que sea así, señor; no me conocen, señor; no creo que esos caballeros me hayan visto nunca, señor.

-Oh, claro que te han visto -contestó el duende-. Conocemos al hombre de rostro solitario, enfadado y triste, que vino esta noche por la calle lanzando malas miradas a los niños y agarrando con fuerza su azadón de enterrador. Conocemos al hombre que golpeó al muchacho con la malicia envidiosa de su corazón solo por la razón de que este pudiera estar alegre y tú no.

-Lo conocemos, ¡Oh, Claro que lo conocemos! -aclaró el duende.

Duendes en Navidad (CHARLES DICKENS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora