R E F O R MA

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Había contado aquel día cuando despertó Gabriel Grub y se encontró tumbado sobre la lápida plana del cementerio, con la botella vacía a su lado y la capa, el azadón, y el farol, blanqueados por la helada de la noche anterior, tirados por el suelo. La piedra sobre la que había visto por primera vez al duende se erguía atrevido ante él, y la tumba en la que había trabajado la noche anterior no estaba lejana.

Al principio empezó a dudar de la realidad de sus aventuras, pero el dolor agudo que sintió en los hombros cuando intentó levantarse le aseguró que las patadas de los duendes no habían sido ciertamente meras ideas.

Sin embargó, se volvió a seguir inseguro al no encontrar rastros de huellas en la nieve sobre la que los duendes habían jugado al salto de la rana con las piedras de las tumbas, pero rápidamente se explicó esa circunstancia al recordar que, siendo espíritus, no dejarían tras ellos impresiones visibles.

Por lo tanto, Gabriel Grub se puso en pie tan bien como pudo teniendo en cuenta el dolor de su espalda; y quitándose la escarcha del abrigo, se lo puso y volvió su mirada hacia la ciudad.

Pero era ya un hombre cambiado y no podía soportar el pensamiento de regresar a un lugar en el que se burlarían de su arrepentimiento y no creerían que él cambió. Observo unos momentos más y luego se alejó caminando hacia donde pudiera, buscándose el pan en otra parte.

Duendes en Navidad (CHARLES DICKENS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora