A C O G I D A

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Finalmente el juego llegó al punto más culminante e interesante; el órgano comenzó a sonar más y más veloz y los duendes a saltar más y más rápido: rebotando sobre las tumbas como pelotas de fútbol.

El cerebro del enterrador giraba en un torbellino con la rapidez del movimiento que estaba contemplando y las piernas se le tambaleaban mientras los espíritus volaban delante de sus ojos, hasta que el duende rey, lanzándose repentinamente hacia él, le puso una mano en el cuello y se hundió con él en la tierra.

Cuando Gabriel Grub tuvo tiempo de recuperar el aliento, que había perdido por causa de la rapidez de su descenso, se encontró en lo que parecía ser una amplia caverna rodeado por todas partes por multitud de duendes feos y amargados. En el centro de la caverna se encontraba él y el duende, su gran amigo.

-Hace frío esta noche -dijo el rey de los duendes-. Mucho frío. ¡Traigan un vaso de algo caliente!

Al escuchar esa orden, media docena de duendecillos con sonrisa perturbadora y contínua en el rostro, que Gabriel Grub imaginó serían cortesanos de su Rey, desaparecieron apresuradamente para regresar de inmediato con una copa de fuego líquido que presentaron al rey.

Duendes en Navidad (CHARLES DICKENS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora