S I L U E T A

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-¡Ja, ja! -echó a reír Gabriel Grub sentándose en una lápida que era su lugar de descanso favorito; entonces fue a buscar su botella-. ¡Un ataúd en Navidad! ¡Una caja de Navidad! ¡Ja, ja, ja! -exclamó.

-¡Ja, ja, ja! -repitió una voz que sonó muy cerca detrás de él.

En el momento en el que iba a llevarse la botella a los labios, Gabriel se detuvo algo alarmado y miró a su alrededor. El fondo de la tumba más vieja que estaba a su lado, estaba más quieto e inmóvil que el mismo cementerio bajo la luz pálida de la luna. La fría escarcha brillaba sobre las tumbas lanzando destellos como filas de cristales, los cuáles se reflejaban con los ventanales de la vieja iglesia. La nieve yacía dura y crujiente sobre el suelo, se extendía sobre los montículos apretados de tierra como una sábana blanca y lisa que parecía solo cubrir por encima a los cadáveres, como si estuviesen enrollados.

Ni el más débil crujido interrumpía la tranquilidad profunda de aquel escenario. Tan frío y quieto estaba todo, que el propio sonido... parecía congelado.

-Fue el eco -afirmó Gabriel Grub con total despreocupación, llevándose otra vez la botella a los labios.

-¡No lo fue! -replicó una voz profunda.

Gabriel se sobresaltó y parándose se quedó firme en aquel mismo lugar, lleno de asombro y terror, pues sus ojos se posaron en una silueta que hizo que se le helara la sangre.

Duendes en Navidad (CHARLES DICKENS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora