N O C H E B U E N A

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En una antigua ciudad de monasterio, hace mucho, pero muchísimo tiempo -tanto que hasta la historia es narrada por los tatarabuelos, de forma que parece real y ellos creen mucho en ella-, un tal Gabriel Grub trabajaba como enterrador y sepulturero del cementerio.

No se sabe porque trabaja de ello, y mucho menos el que le agraden muchos de los temas relacionados con la muerte. Él era uno de esos hombres melancólicos y tristes, aún sabiendo que entre los funerarios están los hombres más alegres del mundo; de hecho conocí a varios de ellos, y formé amistades, hombres de esos que son silenciosos a la hora de hablar sobre su vida privada, aunque fuera de ser necio, eran muy cómicos e incluso burlones, no sabían cantan... pues se les quebraba la voz, pero aún con agudos malos, cantaban con sentimiento y la letra de la canción no era un problema para ellos, la memoria no les fallaba; eran atrevidos e incluso groseros, tal vez morbosos; tomaban las bebidas sin dar ni un solo respiro hasta que ¡de una! te ponían el vaso sin contenido sobre la mesa.

Sin embargo, Gabriel Grub no era como cualquiera de ellos; era malparado, intratable, callado y solitario; no se asociaba con nadie, sino consigo mismo. Siempre andaba con una botella metida en el amplio bolsillo de su chaleco. Miraba con malicia y mal humor a aquellos rostros felices que pasaban junto a él; enfrentarlo era difícil, pues siempre habría una sensación terrible.

Duendes en Navidad (CHARLES DICKENS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora