D I V E R S I Ó N

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En ese momento el duende lanzó una risotada fuerte y aguda que el eco devolvió multiplicada por veinte, y parándose de cabeza, sobre su sombrero de pan de azúcar en el borde más estrecho de la lápida, desde donde con extraordinaria agilidad dio un salto mortal cayendo directamente a los pies del enterrador.

-Me... me... temo que debo abandonarlo, señor -dijo el enterrador haciendo un esfuerzo por ponerse en movimiento.

-¡Abandonarnos! -exclamó el duende-. Gabriel Grub va a abandonarnos. ¡Ja, ja, ja!

Mientras el duende se echaba a reír, el sepulturero observó por un instante una iluminación brillante tras las ventanas de la iglesia, como si el edificio dentro hubiera sido iluminado; pero esta desapareció; los grupos de duendes volvieron a aparecer en el cementerio comenzando a jugar al salto de la rana con las tumbas, sin detenerse un instante a tomar aliento y «saltando» las más altas de ellas, una tras otra, con una absoluta y maravillosa destreza. El primer duende era un saltarín de lo más notable. Ninguno de los demás se le aproximaba siquiera; incluso en su estado de terror extremo el sepulturero no pudo dejar de observar que mientras sus amigos se contentaban con saltar las lápidas de tamaño común.

Duendes en Navidad (CHARLES DICKENS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora