Solo y alejado. Frío y apagado como el metal en su estado más puro y primario. Herramientas que no se utilizaban y armas que no se limpiaban descansaban en los ganchos de una pared. Colgadas como si fuesen los cuadros de un hogar, contando la historia a la que pertenecieron antaño solo con su mera presencia, anhelando poder clamar en un grito su febril deseo por crear; apagado por el silencio.
El calor de las llamas y el carbón se había extinguido. Lava que se solía utilizar para fundir el metal y darle forma para crear una nueva herramienta, yacía inmóvil, convertida en nada más que roca negra. Viejas cenizas y polvo cubrían estás rocas, el suelo y las paredes como un fino manto gris.
Ya no se oía tronar la madera al quemarse. Tampoco el agua evaporándose, ni el repiqueteo de los metales chocando unos contra otros.
Un nido sin pájaros, una casa sin dueño, un castillo sin rey. En eso se había convertido aquel lugar, en una vulgar sombra de lo que alguna vez fue.
Muchos fueron los años que aquel sitio se mantuvo en soledad. Y muchos serían los años que permanecería solo y desamparado, de no ser porque, en un momento dado, como si fuese un capricho del destino, el aullido de las llamas volvió a surgir del silencio, clamando arder con intensidad y vigor.
― ¡Barden! ―rugió un señor mayor con expresión molesta. Este carecía de cabello en la parte superior de su cabeza. Y el poco que tenía era blanco como la espuma de una buena jarra de cerveza. Sus brazos parecían dos barriles repletos cargados sobre el mostrador de su tienda. Arrugaba la nariz haciendo temblar su barba a la vez que resoplaba por esta― Será mejor que te des prisa. Están esperando por ti.
― Sí, solo le estoy dando unos últimos retoques. ―se oyó desde adentro de la herrería.
El joven muchacho estaba sentado en un taburete de madera dándole un repaso a la espada de su cliente. Mojaba un trapo en aceite y luego lo escurría para quitar el exceso. Aplicaba varios repasos a la hoja hasta dejarla brillante como un espejo. Se limpió las manos y luego tomó la vaina y guardó el arma. Tomó la vaina de su cinto y se la colocó en el hombro. Antes de dirigirse a la entrada se quitó la suciedad de su mandil y comenzó a caminar.
― Realmente no tengo prisa. No hace falta que apresure al muchacho. ―le dijo el señor al dueño de la tienda al ver como llamaba al chico.
― No, tiene que aprender a ser puntual. Le dijimos que tendría su encargo listo hoy a primera hora. Y eso es lo que usted tendrá. ―sentenció― Mírelo, ahí está.
De la puerta, salió Barden portando la espada del cliente. Barden era un muchacho joven de estatura media que rondaría los veintidós o veintitrés años. Era delgado, pero tenía un par de brazos bien marcados por los años de herrar. Cabello corto y oscuro, casi negro, ojos color café y piel ligeramente morena.
― Ya era hora. ―mencionó este, aun con expresión molesta.
― Lamento la demora. Quería dejar la espada en buen estado. ―le extendió el arma al tipo al otro lado del mostrador― Adelante, pruébela.
Haciendo caso a la sugerencia del muchacho, desenvainó la espada con lentitud, produciendo el sonido característico del metal rozando el cuero de su vaina. Fue apenas sacarla que el tipo vio cómo su brillo le hizo apartar la mirada un momento.
― Le he pasado una mano de aceite para que la hoja quedase reluciente. Podrías cegar a cualquiera usando el reflejo de su metal. También he encerado el interior de la vaina. Eso hará más sencillo su envaine y desenvaine. ―explicó mientras el tipo continuaba observando la espada con interés.
Examinó el filo a conciencia. Deslizó su dedo pulgar sobre este y acabó cortándose por error. Se echó a reír y luego volvió a envainar su arma.
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La forja (SVTFOE)
FanfictionHan pasado cinco años desde la guerra que aconteció el reino de Mewni. Muchas cosas han cambiado, nuevos reyes, nuevo pueblo y nuevos problemas. La ausencia de la forjadora tuvo más peso del que los reyes habrían esperado. Ya no habría nuevos merece...