Capitulo Veinticinco

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Capitulo Veinticinco. 

Durante los días siguientes _____se sentía… inquieta. Tenía la sensación de que algo iba a ocurrir.

Con el sol calentándole la espalda, continuó caminando por los viñedos. Le encantaba el olor de las vides y el olor de la tierra removida, y le encantaba pasear por entre las ordenadas filas. Le daba una sensación de arraigo, de calma, pero aquella mañana ni siquiera eso parecía poder disipar la sensación de que algo terrible iba a suceder.

—Te estás poniendo un poco dramática; tienes que relajarte —se reprochó en voz alta, mirando en derredor para asegurarse de que no había nadie que pudiese pensar que estaba loca al verla hablar sola.

Pero, ¿cómo iba a relajarse? Aunque no leyese los periódicos ni viese la televisión, los problemas por los que estaba atravesando su familia seguían estando ahí. Y cada vez era más consciente de quién era el responsable de todo aquel desastre: su padre.

—Eh, hablar cuando se está solo no es buena señal.

_____se volvió tan rápido al oír la voz de su hermano, que el tacón de uno de sus zapatos se engancho en una raíz y habría caído al suelo de bruces si él no la hubiese sostenido.

—Gracias —murmuró—, pero la próxima vez, si vas a darme un susto, al menos hazlo cuando esté descalza.

Trace sonrió, y _____no pudo evitar sonreír también. Su hermano medía sus buenos dos metros, tenía una constitución musculosa, ojos negros como los suyos, y el cabello castaño claro. Era un verdadero imán con las mujeres.

—No hace falta que me des las gracias —le dijo él socarrón—; en realidad te he sujetado porque me preocupaba que pudieses cargarte las raíces de esta vid —añadió agachándose para asegurarse de que no se habían partido.

—Vaya, qué bien. Ahora resulta que las vides son más importantes para ti que tu hermana.

—Bueno, si pudiésemos hacer vino exprimiendo tu cabecita sería otra historia —bromeó él, poniéndose de pie y le dio un toque en la nariz con el índice.

_____miró con cariño a su hermano mayor, por quien siempre había sentido verdadera adoración, aunque de pequeños le hubiese quitado y escondido los juguetes para hacerla rabiar.

Trace siempre había estado a su lado, dispuesto a escucharla, a darle consejo… incluso aunque no lo quisiera, pensó reprimiendo una sonrisa.

Ese día, en cambio, no le iría mal tener su opinión. Quizá por eso había ido a pasear por los viñedos, porque inconscientemente había ido al lugar donde sabía que podría encontrar a Trace, porque su corazón le había susurrado que necesitaba hablar con alguien que pudiese comprenderla.

—¿Por qué te has puesto tan seria de repente? —le preguntó él mirándola—. Ah… has visto lo que publican hoy en el periódico.

—No, hace casi dos semanas que no leo los periódicos.

Trace contrajo el rostro.

—Ah. Entonces no lo sabes.

A _____ le dio un vuelco el corazón.

—Oh, Dios —murmuró—. ¿Qué ha pasado ahora?

Trace le rodeó los hombros con el brazo, y comenzó a andar con ella.

Sociedad de Escándalo. (Jack Harries.)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora