Capitulo Once.

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Capitulo Once.

—Claro. ¿A qué niño no le habría gustado? Poder mancharse las manos, utilizar el fuego… —respondió con otra sonrisa que de nuevo dejó a Jack sin aliento.

Aquél no era un matrimonio de verdad, se recordó, era sólo un trato que habían hecho y que se acabaría cuando hubiese pasado un año.

Sin embargo, eso no significaba que no pudiese disfrutar de ese año mientras durase, ¿no?

Rebuscando en los cajones de la isleta, ______ encontró el tipo de cuchillo que estaba buscando, y se puso a cortar las verduras.

Brécol, pimientos verdes, champiñones… Fue troceando todo aquello con destreza y rapidez, y cuando terminó estiró el brazo para alcanzar una de las sartenes que colgaban sobre la isleta.

Al hacerlo, el dobladillo de su estrecha camiseta se levantó, dejando al aire el ombligo y un buen trozo de suave piel bronceada de su estómago, y Jack tuvo que apretar los puños para resistir la tentación de tocarla. Se puso de pie bruscamente, fue hasta el frigorífico y lo abrió.

—¿Te apetece una cerveza?

______ lo miró con la sartén en la mano y los labios fruncidos.

—¿Estás preguntándole a una Rumsfeld… una Rumsfeld de Bodegas Rumsfeld, si quiere una cerveza?

—Sí.

_____ asintió con la cabeza.

—Sólo estaba probándote, y sí, sí que me apetece.

Jack sonrió para sí, y la siguió con la mirada mientras se dirigía a la cocina. _____ colocó la sartén sobre uno de los quemadores, puso una cucharada de mantequilla en ella, y dejó que se derritiera antes de añadir los huevos, el queso y las verduras.

Jack se acercó y le tendió la lata de cerveza que había abierto para ella. _____ la tomó, y dio un trago antes de dejarla sobre la encimera para volver con lo que estaba haciendo.

—Y ahora escúchame bien, vaquero —le dijo a Jack, mirándolo de cuando en cuando mientras movía la sartén para que el huevo se cuajase uniformemente—: no te malacostumbres; el que esté haciendo esta tortilla tan sublime no significa que vaya a prepararte la cena todas las noches.

Jack la observó con una ceja enarcada. Se había recogido el cabello en una coleta que le caía por debajo de los hombros, y en sus labios había una sonrisilla burlona. Iba a convertirse en una auténtica tortura para él; como si lo viera… no debería haber accedido a aquel acuerdo de esperar una semana entera para conocerse mejor. ¿Quién había dicho que hacía falta conocer a una persona para que saltaran chispas con ella en la cama? Y con sólo mirarla lo sabía, sabía que el sexo con ella sería increíble.

Su cuerpo se puso rígido de excitación, y tuvo que luchar por controlarse… algo que no le había pasado desde sus años de adolescente. Por amor de Dios, ¿qué le estaba pasando? Él no era un hombre que se dejase llevar por sus hormonas…

Finalmente, cuando habló, el tono de su voz sonó algo más áspero de lo que había pretendido, pero la culpa era de ella. ¿Por qué tenía que ser tan endiabladamente sexy?

—Tengo una cocinera, ______—le dijo—. No me he casado contigo por tu talento culinario.

La sonrisa se borró del rostro de la joven, y tomó otro sorbo de cerveza antes de volver a dejar la lata sobre la encimera y volver la tortilla en la sartén con la ayuda de una tapa metálica.

Sociedad de Escándalo. (Jack Harries.)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora